Oaxaca de Juárez, 30 de marzo. A un mes de cumplir 76 años; esta mañana he llegado a la conclusión que hoy hice un viaje a través del tiempo y del espacio; acabo de regresar de él.
Yo tenía 22 años y María 20; escuché que había llegado, que entraba y pasaba directamente a mi cuarto; traía un vestido blanco con lunares rojos, cuello sport, manga corta, abierto por el frente hasta la cintura, como una camisa; su pelo le llegaba unos cinco centímetros abajo de los hombros, lacio y recogido hacía atrás sin partidura, zapatos de piso, traía los labios pintados.
Muy feliz al oírla llegar, trate de salir a recibirla, pero ella entró antes, nos miramos un instante que fue una eternidad; pusiste tu dedo en mis labios para que guardara silencio y dijiste: “no lo digas”, no había necesidad de hablar, ya nos habíamos dicho todo, nos abrazamos y cerrando los ojos nos volvimos a besar. Ahora he aprendido que tú supiste antes que yo que, —en otro tiempo, en otro mundo, en otra vida— se habían encontrado nuestros labios, quedando nuestras almas atadas para siempre; más allá del más allá estás tu, estamos más allá del más allá para la eternidad; al abrirlos los ojos se había marchado, como llegó, sin decir nada.
Puede ser qué, ella, siendo muy joven, en algún momento haya tenido este pensamiento que quedó flotando en el tiempo y el espacio sin encontrarme, hasta hoy, que nos besamos sin decirnos nada.
Algo increíble es que, por primera vez en su vida, desde Canadá, en menos de una hora, me sorprendió al llamar por teléfono para saludarme y saber cómo estaba; no le conté nada de mi sueño, sólo agradecí la llamada que recibí con alegría.