XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
FESTIVIDAD DEL SEÑOR DE TLACOLULA
HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS,
ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
Oaxaca de Juárez, 12 de octubre. Espero dejar algo en su corazón en este día tan especial, porque la imagen de Jesucristo Crucificado, al que le hablamos diciéndole “Señor de Tlacolula”, nos ha reunido, nos ha traído hasta este templo parroquial para contemplarlo, para abrir nuestro corazón y decirle que haga Su obra de Misericordia en favor de cada uno de nosotros.
Me alegra ver presencia de hombres y de mujeres con una gran madurez, que han vivido desde pequeños el amor al Señor de Tlacolula y que vienen, después de recorrer este camino, de años, vienen de nuevo a ponerse frente a Jesucristo Resucitado y, así, dar testimonio del amor que le tienen al Crucificado, al Señor de Tlacolula y dejan una enseñanza a sus nietecitos, porque veo que suelen traer los ancianitos, los abuelitos, traen de la mano a sus nietecitos, para que ellos aprendan y abran su corazón al Señor de Tlacolula. Gracias abuelito, gracias abuelita, por enseñarme a amar a Jesucristo Crucificado gracias por decirme que Él dio la vida por mí, que Él, por amor, extendió sus brazos en la Cruz y derramó Su sangre para purificarme, para perdonarme todos mis pecados. Gracias, papá, mamá, porque me has traído para encontrarme con el Señor de Tlacolula. Gracias, hermanito mayor, porque me has traído de la mano para estar frente a Jesús Crucificado.
Gracias por todas las enseñanzas que ustedes han transmitido, pero quisiera decirles, a propósito de la Palabra de Dios, no solamente el día de la fiesta del Señor de Tlacolula vengan a estar con Él. Hay otros momentos sumamente importantes para que usted venga y le diga: “sáname, sáname Señor, ten misericordia”, como le gritaron aquellos leprosos al Señor Jesús cuando iba de camino a Jerusalén. “Ten misericordia de nosotros”, le gritaron con fe y el Señor Jesús respondió inmediatamente: “vayan y preséntense a los sacerdotes”, ¿para qué?, para que les dieran un documento de que ya estaban sanos y que podían de nuevo reintegrarse a sus familias y a la comunidad, ya no contagiaban, ya no, ya estaban libres de la lepra, pero necesitaban ese documento, pero uno sintió que, más importante que el documento, era ir de nuevo al encuentro con el que lo había sanado de la lepra, para decirle: gracias, gracias, gracias y el Señor recibe su agradecimiento y destaca la actitud del samaritano. “¿Dónde están los otros nueve? Los diez fueron curados ¿dónde están los otros nueve?” Sólo el extranjero ha venido a dar gracias.
Le quiero decir a usted, no solamente esperemos acontecimientos, momentos importantes de la vida para venir a decir “gracias”, usted tiene que venir a decir gracias todos los días, todos los días, porque todos los días hay muchas cosas de las cuales tenemos que decirle a Dios “gracias”. Gracias porque hoy de nuevo puedo caminar, puedo ir al trabajo, gracias por la salud que me conservas, gracias por la alegría que me das en mi hogar, gracias porque me siento amado por mis seres queridos, gracias porque tengo un trabajo, gracias porque siento mucha paz en mi corazón, gracias por todo lo que me das, gracias por el alimento, gracias porque me permites mirar a mis hijos, que van creciendo, gracias porque veo que se van realizando como hombres y como mujeres. Gracias, Señor. Gracias, Señor.
¿Usted va a esperar hasta un domingo de octubre para venirle a decir al Señor de Tlacolula, gracias? ¿va a venir hasta el año que entra? ¿no va a hacer nada de aquí a este otro año que viene? Creo que no, no debe ser de los nueve, sea como el samaritano, venga hoy a decirle al Señor de Tlacolula, gracias, gracias y estando ya con el Señor de Tlacolula, no se sienta limpio y puro, no se sienta limpio y puro, así como no nos sentimos al inicio de la misa limpios y puros, nos sentimos pecadores y le dijimos a Nuestro Señor “perdóname, perdóname” y le dije a usted, intercede por mí, pide perdón por mí y usted me dijo a mí, pide perdón por mí, nos sentimos pecadores.
Pues creo que hay que venir a encontrarnos con el Señor de Tlacolula con la humildad de corazón reconociendo nuestros errores, nuestros pecados, nuestras miserias y debilidades y decirle: aquí Señor, siento que hay en mi corazón una lepra que me está acabando. Señor de Tlacolula, no he podido perdonar de corazón al hermano que me ofendió, al hermano que se burló de mí, al hermano que me humilló y me despreció. Señor de Tlacolula, quítame del corazón la lepra, la lepra de no perdonar, de no tener misericordia. Vengo aquí a decirte a Ti: misericordia, Señor de Tlacolula y, a veces, yo no he tenido misericordia.
Sean misericordiosos como Su Padre es misericordioso. Siéntese contemplando al Señor de Tlacolula y abra su corazón para que el Señor saque de ahí sus odios, sus rencores, sus deseos de venganza, sus envidias, sus celos, todo eso que no le deja amar como debería de amar un hijo de Dios y un discípulo de Nuestro Señor, amar extraordinariamente, amar hasta a nuestros enemigos, hacerle el bien al que nos ha hecho el mal. Ese es el amor que espera de nosotros el Señor de Tlacolula, pero a veces estamos enfermos, tenemos lepra en el corazón y no nos hemos sincerado con Nuestro Señor, sólo le hemos dicho: “misericordia, Señor, misericordia” y no nos hemos adentrado en nuestro interior para revisar si estamos alcanzando la misericordia, si nos la estamos ganando por las vivencias de misericordia que estamos teniendo a diario.
Diario tengo que ser misericordioso, misericordioso con los que me rodean, misericordioso con los que trabajo, misericordioso con los que me encuentro en la vida, misericordioso. No debo de pasar la vida condenando, no condenes y no serás condenado. No juzgues y no serás juzgado.
Hay otras cosas que nos van destruyendo, inclinaciones malas, ¿por qué no venimos a Nuestro Señor y le decimos “esta es mi lepra, no he aprendido a contemplar la belleza Tuya en el rostro de los demás, no he aprendido a descubrir que Tú estás en mi hermano, lo sigo despreciando, porque según yo, no está a mi altura, no está a mi altura”.
¿De verdad no está a su altura el hermano con el que usted se encuentra? ¿acaso hay algo que lo hace distinto a usted de ese hermano? ¿no alcanza a ver que ese hermano, que dice que no está a su altura, es un hijo de Dios? Y lo único que nos hace grandes a él y a mí, es ser hijo de Dios. Nada, nada nos hace más grandes más que ser hijos de Dios, pero a veces usted se cree grande y se compara con los demás, porque usted tiene riqueza, porque usted tiene abundancia de bienes y los demás no están a su altura, porque no son ricos.
¿Piensa que el dinero le hace grande a usted?
Dice Nuestro Señor: “con el dinero tan lleno de injusticias, gánate amigos que te reciban en el cielo”.
El dinero no lo hace grande, está equivocado.
¿Piensa que usted es grande porque es una autoridad civil? ¿piensa que es grande porque usted es el párroco? ¿piensa que es grande porque es el Obispo? Somos servidores. “El que quiera ser el primero, que sea el último y servidor de todos”. La grandeza no está en ser una autoridad, la grandeza sólo está en ser hijo de Dios. Venga con el Señor de Tlacolula y dígale que le cambie su pensamiento, sus juicios, sus criterios, para que usted, con una mirada limpia pueda descubrir a Dios en la presencia de los humildes y sencillos de corazón, de los pobres, de los que no tienen autoridad, de los ignorantes, de los que no saben nada.
Sólo en eso, en ser hijo de Dios, mire su grandeza y, por tanto, el que está frente a usted es grande, por ser hijo de Dios.
Que el Señor Jesús nos libre de esa lepra, porque creemos ser superiores que los demás. A veces hasta en nuestros mismos servidores que tenemos porque es el responsable, porque es el coordinador se siente grande, grande y el único que sabe soy yo, los demás no saben. Se nos mete el diablo, se nos mete el diablo. Nos corroe la envidia.
Ser hijos de Dios.
Que el Señor de Tlacolula nos haga sentir a todos hermanos, sólo hermanos.
Les agradezco su piedad y su religiosidad, yo quiero decirles, durante doce años he caminado por la tierra de Oaxaca, del estado de Oaxaca y he podido crecer en el amor a Dios y en el amor a la Madre de Dios y en el amor a los santos, al mirarlos a ustedes cómo viven sus momentos de fiesta, cómo viven la piedad y la religiosidad.
Aquí no hay acarreados, ninguno de ustedes es acarreado, ninguno. No rentamos autobuses para traerlos al Señor de Tlacolula, usted vino por su iniciativa personal. Usted vino a vivir su religiosidad y su piedad y, eso, a mí me evangeliza. Mira cuánto amor le tienen al Crucificado, mira cuánto amor.
Vale la pena seguir al Crucificado, vale la pena sacrificarse, vale la pena renunciar, vale la pena entregarse, vale la pena y así, usted, mirando a los demás, han venido como he venido yo, movido por la fe, movido por el amor a Jesucristo Crucificado en esta imagen del Señor de Tlacolula, déjese evangelizar y evangelice.
Le agradezco que me evangelice en este día, le agradezco. Seguiré necesitando de que usted me evangelice. Próximo domingo, mis padrecitos necesitan verlos a ustedes en el templo, celebrando la Eucaristía, su presencia les evangelizará.
La Palabra de Dios la escucharán, la guardarán en su corazón y la llevarán a la vida.
Sigamos encontrándonos en torno a un altar, sigámonos encontrándonos y digámosle al Señor Jesús lo agradecidos que estamos con Él porque ha dado Su vida movido siempre por amor. Nadie tiene amor más grande por el amigo que el que da la vida por él.
Contemple la imagen del Crucificado, siéntase amado, siéntase perdonado y vaya a amar y a perdonar porque así tiene que vivir un discípulo de Nuestro Señor.
Que la Madre de la Asunción, que es la patrona también de nuestra Iglesia parroquial nos ayude para que también nosotros a través de lo vamos realizando nos vayamos ganando el cielo y, un día, podamos contemplar al Señor Resucitado, a la Madre del Señor y a toda ese conjunto de santos, para que vayamos a alabar y a bendecir a Dios.
Sigamos peregrinando, buscando a Dios y alegrando a los demás por el amor y por la misericordia en favor de todos.
Dios los bendiga y los siga acompañando en su caminar.
Que así sea.