Oaxaca de Juárez, 16 de febrero. En Icamole, Nuevo León luego de desesperarse por no encontrar las palabras adecuadas para un discurso, el generalísimo Porfirio Díaz Mori, soltó en llanto lo que unos años después, le valió el mote de “él llorón de Icamole”, por sus lágrimas derramadas ahí en el municipio norteño de García.
Díaz lloró por impotencia, por no sentirse preparado, por abrumarse ante la evidénciela de su supina ignorancia; lloró como hombre grande, como alguien que sabe reconocer un error, lloró consciente de si error y no quería convencer a nadie de sus lágrimas genuinas.
Claro que las lágrimas de los lópez, son distintas. La del priísta José López Portillo y Pacheco cuando juró “defender el peso como un perro” y la de lopitos en Palacio Nacional ayer cuando lloró por el panzón de su vástago al que ya no sabe cómo justificar.
Las lágrimas de Porfirio, fueron lágrimas sinceras, no sé si las de Portillo lo hayan sido, pero las de Obrador, son las lágrimas del cinismo, un llanto preparado, medido, acordado con sus publicistas, unas lágrimas escritas en el protocolo de Sao Pablo.
Hitler, Mao Mussolini, Pol Pot, Franco, Pinochet, Idy Amin, Muhamar Kadaffi, Fidel, Chávez, Maduro, Evo Morales, todos ellos han llorado frente a “su pueblo”, para mandar un mensaje de humanismo, de sentimentalismo, de sinceridad… nada más falso.
Apenas ayer, ocupando recursos públicos, lópez uso el tiempo satelital para contarle a su audiencia, que desde que tomó los pozos de Pemex en Tabasco, él fue un “perseguido” y que sus pobres hijos sufrían por el “acoso” del estado durante más de 25 años. “Ya están acostumbrados”, dijo EL PLAÑIDERO de Palacio Nacional.
Expuso también que “estaba orgulloso de sus hijos porque se han portado bien”… ¿en serio?, ya vimos los excesos de José Ramón atorado en un conflicto de intereses con la familia de su esposa, pero aún no hemos visto los excesos de “Andy”, este chamaco que de alguna manera motivó la salida de Alfonso Romo de la Oficina de la Presidencia.
Los escándalos de Andy por ocupar el servicio diplomático mexicano para que las embajadas le den cuenta de cómo van las tiendas de chocolate Rocío en el extranjero y los ponga a tomar fotos, son verdaderos excesos del hijo del “presidente”, así en minúsculas y entre comillas.
Por eso lloró López en la mañanera de ayer. El sabe perfectamente lo que son sus hijos y tiene la certeza matemática que no podrá ayudarlos porque han cometido ilícitos desde la más alta esfera del poder en México, igual o peor que los que cometieron los hijos de la panista Martha Sahagún o los hijos de otros expresidentes.
No llora por sus vástagos, sino por sus engendros. Uno de esos engendros es el discurso sobre la “honestidad”, “el combate a la corrupción”, la “austeridad”, “la legalidad”, “la humildad”, toda esa sarta de mentiras que, después del reportaje de las casas de Houston, desmoronan su castillo de arena.
El “presidente”, sabe que sus propios hijos, mataron ese discurso, mataron a su frankestein que le ha costado 25 años crear y no hay cómo revivirlo porque son más los escándalos, que la retórica, por eso no se mete en el terreno de lo legal ¿cuánto gana su hijo José Ramón?, ¿a quién le paga impuestos?, ¿por qué trabaja en una compañía creada apenas 2 meses antes de que asumiera la presidencia?, ¿de dónde proviene el dinero que recibieron Martinazo y Pío?.
No hay respuestas en la mañanera para esas cuestiones, no hay un solo argumento de peso para salvarle el pellejo a su monstruo y por eso llora, como lloró Chávez, como lloró Evo o Maduro, es simple y llano protocolo.
Pero es el principio del fin, MITOFSKY como lo hace diario, midió la popularidad del peje y tiene un boquete en su aceptación… su “bodoque”, lo desfondó y hoy ronda por los 50 puntos cuando no había bajado de los 60 durante tres años.
Nada le ha dolido más y le ha pegado más, que la pérdida de discurso y eso está poniendo al dictadorzuelo iracundo, cosa que debe preocuparnos porque los protocolos de Sao Pablo, indican que, lo que viene, no es nada halagüeño.
Los estertores de la bestia herida pueden ser peligrosos.
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