ORDENACIÓN PRESBITERAL
DIÁCONO ABRAHAM ÁNGEL ESPINOZA OGARRIO
HOMILÍA MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS,
ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
Oaxaca de Juárez, 22 de octubre. Le he preguntado al rector, ¿sabes si es digno? Y si se lo pregunto a Abraham Ángel, ¿crees que eres digno? Y si me pregunto yo mismo si soy digno de este ministerio responderemos, “no soy digno, no soy digno”, pero hay alguien que nos llama y Él sí es digno y sí nos va a ayudar para que vayamos siendo menos indignos, menos indignos y tenemos a un pueblo de fe, que nos va a ayudar a ser menos indignos, en eso confiamos, en el amor misericordioso de Dios y en el amor de nuestro pueblo, en la comprensión y en la misericordia divina y también en su comprensión.
Les pido, como su Obispo, que sabe que es indigno, comprensión, perdón, misericordia, en favor de sus sacerdotes, no somos perfectos, estamos llenos de miseria, de indignidad, de pecado.
Sé que usted me quiere santo, sé que usted quiere que yo sea perfecto, sé que no quiere que me equivoque, me quiere encontrar siempre tranquilo, muy en paz, me quiere encontrar siempre bien dispuesto para que le escuche con mucha paciencia, con mucha bondad, con mucha misericordia. Sé que eso quiere. Yo también quiero lo mismo de usted en favor de los demás, en favor de su familia, en favor de sus seres queridos, en favor de sus vecinos y de toda la comunidad, yo también quiero lo mismo, que usted sea así y yo le preguntaría, ¿todo eso que me pide a mí lo vive usted? ¿nunca se impacienta? ¿nunca se desespera? ¿siempre está bien dispuesto a escuchar al otro? ¿siempre tiene un corazón amoroso? ¿siempre vive perdonando? ¿siempre tiene misericordia?
Sé que le cuesta todo esto, a usted le cuesta, a mí también, a mí también, sólo que hay una cosa, no juzgamos de la misma forma el obrar de un sacerdote y el obrar de cualquier persona, no los juzgamos igual, lo juzgamos distinto. Si usted se encuentra con un médico impaciente, siempre habrá una explicación, está cansado de tanta consulta que tuvo este día, si se encuentra con un sacerdote impaciente, “ay, Dios mío, qué sacerdote tan desesperado, qué barbaridad”. Son juicios distintos y la desesperación es la misma, es la misma. ¿Por qué me juzga distinto, por qué? ¿por qué nos juzgan distinto a nosotros?, porque usted, en su mente y en su corazón nos quiere distintos, “no somos iguales”, dicen. “Usted tiene que ser perfecto, usted no debe de equivocarse”. No somos Dios, no somos Dios, somos los hombres de Dios, pero no somos Dios. El único que no se equivoca es Dios, pero yo no soy Dios.
Usted me dice, usted que está cerca de Dios, y yo le digo, usted también está cerca de Dios, usted también. “Usted, que tiene a Dios”, usted también lo tiene, es templo vivo del Espíritu Santo. Usted y yo tenemos al mismo Dios, al mismo Dios. Gracias por recordarnos y por decirnos la grandeza de ser sacerdote, la grandeza de ser sacerdote.
Gracias por mirar la grandeza de Dios en un hombre sacerdote, gracias por ello, porque me lo va a recordar todos los días de mi vida. Yo sé que, si usted se acerca con la alegría para ser bendecido, busca no la bendición del sacerdote, busca la bendición de Dios, la bendición de Dios que pasa por las manos ungidas del sacerdote. Yo sé que viene a mí buscando el perdón divino, porque cree con toda seguridad lo que dijo Nuestro Señor un día, “a quienes les perdonen los pecados, les quedarán perdonados”, por eso viene y me dice: “esta es mi miseria, esta es mi vergüenza por todo esto que yo he hecho, de esto tengo necesidad de ser perdonado” y el sacerdote, en persona de Jesucristo, le perdonará.
Gracias por buscar el amor de Jesucristo en un sacerdote y aquí le quiero decir, búsquelo como sacerdote, búsquelo como sacerdote. Síganos recordando que yo soy sacerdote y que estoy consagrado sólo a Dios, búsqueme así, para que sea el sacerdote que un día renunció a todo para consagrar su vida a Nuestro Señor y ayúdeme para serlo, ayúdeme para ser ese sacerdote consagrado a Dios.
Abraham, si en algún momento se te olvida lo que eres y cómo debes de ser, platica con el pueblo y pregúntale, ¿cómo quieren que yo sea?, soy sacerdote, dígame, dígame de nuevo cómo quiere que yo viva y el pueblo te lo recordará, porque tenemos a un pueblo que sabe mirar al sacerdote por lo que es, por lo que es.
Nunca vayas a pensar, “el pueblo no tiene nada que enseñarme”, el pueblo nos evangeliza a diario. Tú vas a ver a los humildes y sencillos, que están frente a un Sagrario y te van a recordar que ahí es donde descansamos, en el Sagrario, que ahí es donde está Nuestro Señor y que ahí es donde nosotros conseguimos la fuerza que necesitamos.
Nuestro pueblo te va a decir que debemos ser hombres de oración, lo sabemos en la teoría, lo tenemos muy grabado en nuestra mente, que debo de ser un hombre de oración, tenemos un compromiso de orar por toda la Iglesia con la Liturgia de las horas, que no debe ser para nosotros pues un compromiso que tenemos, así nomás y una obligación, no, que nos dé gusto, que nos dé gusto valernos de los salmos para alabar, para dar gloria a Dios y para reconocer lo que nosotros somos.
Que no sea un peso el orar, te lo dirá nuestro pueblo. Verás a las famosas viejitas, las famosas viejitas y los viejitos que van a la oración, te lo dirán, te lo dirán y a veces nosotros decimos, umm, mira quiénes vinieron a misa, puros viejitos, pero esos son los que nos sostienen, ellos son los que nos sostienen en nuestra vida, por ellos nos desgastamos, por ellos vivimos. A esos viejitos y viejitas hay que preguntarles, de vez en cuando, cómo vamos, anímese a preguntarle al pueblo cómo siente que va su sacerdote, y usted anímese a decir: padrecito, nos da mucho gusto cuando hace esto, esto y esto y todo esto nos alegra muchísimo, pero mire, nos entristece, nos preocupa y a veces nos hace enojarnos por esto, por esto, por esto que nosotros vemos y que tal vez usted no alcanza a ver. Para nosotros esos detalles sí nos entristecen, sí nos molestan, sí nos preocupan. ¿Por qué no se animan a decirlo? Y ustedes dicen: “no, si le digo al padrecito eso, ufff, Dios santo, me va a sacar en el micrófono, le va a decir a todo el mundo “ahí tienen a la comadre Juanita, que vino a decirme que yo soy desesperado, como si Juanita fuera una santa”, mejor me quedo callada, no digo nada, no me animo a decirle porque luego lo va a decir y, entonces, cómo vamos a vivir ese pedacito del Evangelio: si tu hermano peca, ve y corrígelo a solas”, ¿cómo lo vamos a vivir? Probablemente usted me diga, “pues acepte la corrección fraterna” eso díganos a todos, que aceptemos la corrección fraterna, para poder mejorar, pero también usted acepte la corrección fraterna, también usted, Juanita, acepte la corrección fraterna y, entre todos, corrijámonos y entre todos mejoremos. Con amor, nos acaba de decir Nuestro Señor, con amor.
Yo sé que amas, pero ahora vas a amar como sacerdote, como presbítero. Tiene que ser un amor distinto, tiene que ser el amor de Jesucristo. Este pueblo nuestro nos dice: “usted, que es otro Cristo, usted es otro Cristo”. Entre nosotros nos decimos “eres otro Cristo, porque eres sacerdote” y nosotros mismos le hemos dicho a nuestro pueblo que aceptamos que nos digan que somos otro Cristo, porque participamos de Su sacerdocio ministerial. Por supuesto, por supuesto. Qué alegría que nuestro pueblo tenga esa claridad.
Ama, ama como ama Jesucristo a nuestro pueblo y nos acaba de decir: nadie tiene amor más grande por el amigo que el que da la vida… quiero que des la vida en lo que tu Obispo te vaya encomendando, ve dando la vida. Al escuchar tu biografía, me di cuenta que andas por cielo, mar y tierra, por todos lados y aquí y allá y allá, por todos lados.
Hace un momentito, me dijiste y me evangelizaste, porque le pediste a tres sacerdotes que se tomaran una foto contigo, porque habías sido el tormento de ellos tres, porque estuviste con ellos un año con cada uno y fuiste un tormento para ellos, tú mismo lo dijiste, no con esa palabra, sino con otra. Que a donde yo te mande no vayas a ser tormento, no vayas a hacer sufrir, sino sufre con ellos, sufre con ellos, no a hacerlos sufrir. No pruebes su amor, su misericordia, su paciencia siendo cruel, “me tienen que comprender, me tienen que amar, me tienen que perdonar” y causándoles sufrimiento y provocándolos y causándoles heridas y diciéndoles “pues perdóneme, usted tiene que perdonarme” y tal vez el pueblo nos diga, pues sí le perdono, padrecito, pero ya no sea tan majadero con nosotros, ya no nos diga que somos unos burros, que somos esto y que somos aquello, somos personas que no sabemos hablar y no sabemos esto, es verdad, que no conocemos nuestra fe, todo eso es verdad, pero no nos hiera en el corazón. No hay que herir a nuestros hermanos, son muy sensibles, tú lo sabes, tú eres oaxaqueño y los oaxaqueños son muy sensibles y vamos a vivir en medio de los oaxaqueños, y los vamos a servir y los vamos a amar y nos vamos a desgastar por ellos, órale, dale, desgástate por ellos. Lo que yo te encomiende, por ser tu Obispo, lo que otro Obispo te va a encomendar en el futuro, a darle para adelante, con todo, con todo.
De nuevo, nos alegramos porque tenemos un sacerdote más, pero haciendo las cuentas, no me rinde, un sacerdote más no me rinde, porque ya dos mayorcitos ya van a estar en su casa, entonces dos por uno. No rinde, no rinde. Entonces, ¿qué tenemos qué hacer? ¿de dónde salió el nuevo presbítero? De una familia, usted tiene familia, de ahí también que siga surgiendo uno más, uno más. Aquí veo un papá y una mamá de sacerdote y veo otro papá y otra mamá de sacerdote, aquí están, aquí están. De uno de ellos está su muchachito aquí, de otro de ellos no está su muchachito aquí, pero yo quiero seguir viendo a un papá y a una mamá que tiene un hijo sacerdote y a otros papás y otros y otros y otros y muchos papás que tienen hijos sacerdotes.
Aquí están unos jovencitos que quieren ser sacerdotes, se bañaron hoy y todo para venir, pónganse de pie, miren, ellos quieren ser sacerdotes, están jovencitos. Allá están otros más grandecitos y los que están por acá, todos ellos, los que están vestidos de sotanas dicen, no pues es seminarista. Pues sí, pónganse de pie todos estos que están sentados también. Allí están, miren, quieren ser sacerdotes, allá hay más que quieren ser sacerdotes, no me diga: “oh, pues son muchos”, no, no son muchos, son poquitos, usted ahora ve todo este grupo de sacerdotes y dice “qué de muchos padrecitos vinieron”, pues sí, estamos acostumbrados nada más a ver uno, a Lupe Benjamín, sólo a Lupe Benjamín, mira, qué cariño tienen para ti, Lupe Benjamín, miren a Lupe Benjamín qué sonriente. Miren qué contentos se han puesto, eso también me alegra a mí el corazón, me alegra, pero yo quiero alegrarme teniendo más y más seminaristas. Nuestra Arquidiócesis lo necesita y mucho.
Ustedes tienen que ser, todos, grandes promotores vocacionales, todos, con su oración, con mirar jóvenes y decirles: oye, yo te miro muy entusiasmado, eres catequista, eres del grupo juvenil, eres esto, eres aquello ¿nunca has pensado ser sacerdote? Anímese a decírselo, y tal vez le responda: “¿por qué me dice eso? -es que veo algo en ti, veo algo en ti y el que ve más es Dios, a lo mejor Él te está llamando- dígale así y a lo mejor comienza a reflexionar y al ratito nos dice: yo quiero ingresar al Seminario, padrecito. Vámonos al Seminario para que te prepares y seas sacerdote. Necesitamos.
Que con tu testimonio de vida seas un gran promotor de la vida sacerdotal, religiosa y laical. Felicidades, que te portes muy bien

