Jueves, 31 de Julio de 2014 07:13 Comunicado Política

4.4 millones de perredistas vamos a decidir quienes serán los integrantes de los órganos colegiados a nivel nacional, estatal y municipal.
Enfrentamos un reto y una oportunidad, el reto de modificar nuestra cultura política y de superar la etapa de procesos electorales internos desahuciados y la oportunidad de ser una izquierda moderna, progresista, propositiva y pensante que México necesita.
Hoy, los perredistas creemos que podemos dar un salto fuerte y cualitativo en terrenos de desarrollo político, con una elección ejemplar organizada por una autoridad imparcial, con resultados confiables que nos de a todos la certeza de que quienes van a representar el partido, serán producto de una elección democrática.
Durante la caída de la Unión Soviética -principios de la década de los noventas del siglo pasado- fue frecuente señalar como una de sus causas: el evidente anquilosamiento del Partido Comunista.
El instituto político, que había emergido del liderazgo de Lenin y encabezado la Revolución de Octubre de 1917, “claramente” había perdido su capacidad para transformarse.
De ser la fuerza “revolucionaria”, que condujo al establecimiento del primer Estado Socialista, había pasado a convertirse en una entidad hegemónica que no sólo anulaba la democracia en sus filas, sino que perseguía la oposición fuera de ella.
Esto trajo como consecuencia, el alejamiento progresivo de los intereses y necesidades colectivas, y luego -más temprano que tarde- la pérdida de propuestas y proyectos que suscitarán el apoyo popular.
El “autismo político”, parece ser en este sentido, el primer síntoma de una organización política que se ha quedado sin futuro. Ajenos a la realidad y los cambios, como el Quijote de la Mancha: se empeñan en ver gigantes, donde sólo hay molinos de viento.
Resulta útil el antecedente histórico en cita, puesto que en los próximos días -7 de septiembre- asistiremos a las elecciones internas del Partido de la Revolución Democrática, y con ello, no sólo a un cambio de sus dirigentes e instancias deliberativas, sino algo mucho más trascendente y delicado: su posibilidad de futuro y transformación.
Las reglas del nuevo modelo electoral, serán el factor que marcará la diferencia. En este sentido -por primera vez- el procedimiento de renovación directiva de un Partido Político, estará organizado por un Órgano Autónomo –Instituto Nacional Electoral-, lo cual brindará mayores garantías para la tutela de principios rectores como el de certeza, imparcialidad, independencia, legalidad y objetividad, así como el de “máxima publicidad”, que tiene como objeto incrementar los niveles de confianza ciudadana, a través de la “consulta de información pública” relacionada con los procesos electorales.
A esto se agrega, la existencia de una nueva Ley General de Partidos Políticos, misma que maximiza los derechos de los militantes, “brinda lineamientos básicos para la integración de sus órganos directivos, la postulación de sus candidatos, la conducción de sus actividades de forma democrática, sus prerrogativas y la transparencia en el uso de recursos”.
Lo anterior, no es poca cosa, puesto que representa un giro “copernicano” en la vida interna de los partidos políticos, mayormente caracterizada por la dificultad para concretar acuerdos, las decisiones verticales o la tentación de la violencia y la polarización.
A esta cita, el Partido de la Revolución Democrática, llega convencido de la oportunidad histórica que representa avanzar en su democratización interna, mediante elecciones organizadas por una autoridad independiente y mecanismos que permitan el escrutinio público.
En congruencia con ello, solicitó -mayo de 2014- al Instituto Nacional Electoral, que en uso de sus facultades procediera a organizar la elección de sus órganos de dirección y representación, y con ello, ponerse en la ruta de una izquierda moderna: constructora del diálogo, respetuosa de la legalidad y generadora de propuestas.
Las elecciones del próximo 7 de septiembre -en este sentido- están llamadas a ser un parteaguas en nuestra vida partidista. Su significación consiste, en ser una apuesta por el futuro y no una continuación camuflada del “establishment” predominante.
Sin embargo, el camino no será fácil. Todo proyecto tiene acechanzas y peligros, pero la mayoría de perredistas confiamos en nuestra fortaleza y prudencia para saber efectuar con éxito “el salto cualitativo” que necesitamos.
Ya lo hicimos en 1988, cuando de ser una fuerza clandestina y testimonial, logramos confluir con otras fuerzas políticas de izquierda en un Frente Democrático altamente competitivo, que puso en jaque al partido político predominante.
Ya lo hicimos en 1997, cuando logramos la victoria electoral en el primer gobierno electo democráticamente de la Ciudad de México.
Ya lo hicimos en 2010 en Oaxaca, cuando abrimos paso a la alternancia y paulatinamente hemos aumentado nuestra presencia en los gobiernos municipales.
La próxima elección, significa la posibilidad de consolidar un PRD abierto al cambio, a las ideas de vanguardia, pero principalmente sin miedo al futuro.