Oaxaca de Juárez, 20 de abril. La semana pasada, el Papa Francisco recordó a las víctimas del genocidio armenio cometido por el entonces Imperio Otomano en el año de 1915, esto desató una gran indignación entre la comunidad turca que calificó de “tendencioso” el discurso del Santo Padre, y afirmó que la cifra expresada por el Pontífice está inflada.
Turquía (la gran heredera del esplendor otomano) nunca ha reconocido el genocidio en contra de armenios, argumentando que las muertes fueron producto de la Primera Guerra Mundial y que no sólo armenios fueron víctimas de tal catástrofe, sino también muchos turcos. Para occidente, sin embargo, el hecho es tan condenable que es catalogado como el primer genocidio del siglo XX.
Sin dar lugar a debates entre quién tiene la razón, lo cierto es que hoy por hoy, el discurso es algo relevante, tanto que generó incluso la salida del Nuncio Apostólico en Turquía.
En un análisis muy simplista podríamos afirmar que el verdadero problema entre El Vaticano y Turquía sería la diferencia de religiones, al ser este último un país mayoritariamente musulmán; sin embargo, creo que el análisis del discurso es lo que en realidad incomoda a los turcos, que afirman que las declaraciones del Papa Francisco carecen de la diplomacia más básica, dado que la palabra “genocidio”, suele incomodar a los países a los que se les atribuye, aún peor cuando el país indiciado niega haber cometido tal crimen.
Así pues, como es importante exigir un reconocimiento por parte del gobierno turco ante los armenios, también es importante exigir que se reconozcan los múltiples genocidios que la comunidad internacional ha ocultado para evitar el pago de daños. Como podemos ver, estamos en un mundo donde el discurso, sus palabras, su forma y su fondo pueden desatar los más profundos sentimientos del ser humano y no por ello habríamos de atribuirle a la religión una responsabilidad que no le corresponde.
La obligación de velar por la paz y el entendimiento entre los pueblos no debe ser tarea de un solo Estado como lo es El Vaticano, sino que debe ser obligación de la comunidad internacional en su conjunto no sólo exigir un reconocimiento, sino mitigar el daño que un posible genocidio pueda tener, dejando de hacer oídos sordos ante casos como Darfur o Niger.

