HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS,
ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
Oaxaca de Juárez, 20 de julio. Me da mucha alegría que estén aquí, en este lugar tan importante en nuestro Oaxaca, la Iglesia Catedral.
Es un lugar muy visitado, entra mucha gente a este edificio, pero cómo me gustaría que, todos los que entran aquí, fueran a ver a Nuestro Señor y estuvieran un momento con Él.
Aquí hay una capilla del Santísimo, ahí está la presencia del Señor en esas especies sacramentales, presencia viva, el Jesús que un día fue a visitar la casa de Marta, María y Lázaro, está ahí, en aquella esquinita de nuestra Iglesia Catedral, Él mismo.
El mismo que le dijo a Marta: “muchas cosas te preocupan y te inquietan y, tal vez, usted llegando ahí, también le diga a Nuestro Señor eso, muchas cosas te preocupan y te inquietan. “Quédate un momento, quédate tranquilo, siéntate y habla Conmigo, platícame de tus inquietudes, de tus angustias, de tus proyectos de vida, de tus ilusiones, de los momentos que te han desgastado tanto en la vida. Ven y platícame”.
Ahí está el Señor, ve y siéntate un momento con Él. Cómo me gustaría eso. Ustedes han venido a celebrar la Eucaristía, a tener ese encuentro vivo con el Señor, a escuchar Su Palabra, como lo hemos hecho en este momento.
Qué alegría le dio Dios a Abraham, cuando recibió a aquellos forasteros que iban de paso, qué alegría le dio a Abraham. Qué alegría le dio a Sara, porque Abraham había recibido una promesa de parte de Dios: tú serás padre de un gran pueblo, padre de un gran pueblo y, su mujer, era una mujer estéril, no podía tener hijos y eran los dos ancianos y, aquellos peregrinos, después de encontrarse con Abraham, en un momento que los recibió gozosos y los atendió, le dijeron: regresaremos y, el próximo año, tu mujer tendrá un hijo y, ese hijo fue Isaac, Isaac, que después el mismo Dios se lo pidió a Abraham para que lo ofreciera en sacrificio y el mismo Dios lo detuvo, “ya sé que temes a Dios”.
Hoy, hemos venido a la escucha de la Palabra y también nos ha dicho el Señor, a través del Apóstol, que hay sufrimientos en nuestra vida y que completamos lo que falta a la Pasión de Cristo. Miren, aquí veo a tres que están en sillita de ruedas, cuatro, que están en una silla de ruedas. Cuánto sufrimiento en ellos, cuánto dolor. El Señor hoy les dice: estás completando lo que falta a mi Pasión Redentora. Se están ustedes llenando de gracia, se están ustedes santificando y están santificando a los que le rodean, en primer lugar, a los que les atienden con caridad, con misericordia, con paciencia, con amor. Bendito Dios que tienen ahí personas que no les han abandonado ni les han dejado solos y no les dejarán solos. Ahí está la presencia de Dios y, hoy, el Apóstol nos ha dicho que, en el sufrimiento y en el dolor, nos santificamos y completamos lo que falta a la Pasión Redentora de Nuestro Señor.
Qué hermosas palabras hemos escuchado en este día domingo, porque todos nosotros hemos sufrido o estamos sufriendo. No se desespere, no vea usted al sufrimiento como un castigo divino, no es un castigo. ¿Qué hice, Señor, para sufrir tanto, qué hice? Encuentre una explicación mire al Crucificado, mírelo… ¿qué hizo Él para sufrir tanto? A ver, respóndase. ¿Qué hizo para sufrir tanto? Nada, ¿para merecer esos sufrimientos? No hizo nada que merecieran esos sufrimientos, pero ¿por qué sufrió? Por amor a ti y a mí, por misericordia, por perdonarnos nuestros pecados. Entonces, no mires el sufrimiento como un dolor, como un castigo divino, como algo que no tiene sentido, ¡no!, dale el sentido que tiene.
Señor, soy el Evangelio del sufrimiento, soy el Evangelio del dolor, siento que a veces no tengo fuerzas, ya me cansé de sufrir, pero si Tú quieres seguirme probando en el dolor, dame esa gracia que yo necesito para saber aceptar, con alegría y con gozo, este padecimiento, este sufrimiento, este dolor y te lo ofrezco, te lo ofrezco, y expresemos por qué, pero nunca vean castigo, no… momento de gracia, véalo como momento de gracia.
Y, hoy, el Señor nos dice que el trabajo, las actividades, todo pues lo debemos hacer, pero hay momentos en que tenemos que vivir algo muy especial y nos lo presenta en el Evangelio. Marta, atareada en los quehaceres de casa para atender bien a Nuestro Señor, para darle de comer, para que Él esté tranquilo, para que descanse y no iba solo, iba con sus Apóstoles y Marta está ahí, haciendo trabajo y más trabajo, necesario e importante, pero Nuestro Señor le dice: creo que, ahorita, lo más importante es que te sientes, como está María, aquí, escuchando, escuchando. Habrá momentos en que usted necesite sentarse, siéntese, siéntese, porque a veces no le encontramos sentido a lo que hacemos.
Una madre de familia hace muchos quehaceres en casa, no recibe ninguna paga y llegan momentos en que se cansa, y tal vez piense o diga: ¿de qué sirve hacer todo este quehacer? Si el esposo es malagradecido, si los hijos son malagradecidos ¿qué sentido tiene? Usted siéntese, usted siéntese y dele un sentido a su quehacer, a su desgasto de cada día, a su trabajo, pero para eso, necesita sentarse frente a la presencia de Dios y poderle decir: Señor, Tú sabes que todo este quehacer yo lo hago por amor, me mueve el amor, me mueve el amor. Trabajar por trabajar, no tiene sentido, no tiene sentido. Dele un sentido que le motive, que le alegre, que le ilusione. El sentido es por amor, por amor al esposo, por amor a los hijos, por amor a la esposa, por amor a los hijos, por amor a mis hermanos, por amor a mis padres, por amor, ¡siempre por amor!
Y, para fin de que yo tenga ese momento y lo disfrute, necesito sentarme, ponerme quieto, guardar el silencio, encontrarme con Dios, motivarme en mi interior y, de nuevo, fortalecerme, porque el quehacer ahí está, seguiré haciendo quehacer, pero lo seguiré haciendo con otra motivación, con otro ánimo, con otro rostro.
Usted, que va a la fábrica, usted que va a la oficina, usted que va al campo, usted que se desgasta y que se gana el sustento con el sudor de su frente, motívese, motívese, también en el campo haga un silencio y contemple la obra de Dios en toda la naturaleza y pueda encontrarse con Él y decirle: gracias, Señor, porque esa semilla que yo deposité en un surco está creciendo y sé que va a dar fruto y lo llevaré a casa y será una bendición para mi hogar.
Motívese, motívese.
Yo le podré decir, yo casi todos los días salgo a las comunidades, a las parroquias y, a veces, duramos para llegar a un pueblo tres horas, cuatro horas, cinco, seis, ocho ¿y sabe qué hago al llegar? Me motivo y me motivo porque veo a las personas que están a la orilla del pueblo, esperando que llegue su Obispo y veo en sus rostros alegría, gozo y eso a mí me motiva y le digo a Dios: valió la pena cansarme. Durante todo este trayecto, todas estas horas, valieron la pena para mirar el rostro alegre de mis fieles, de mis hermanos que me están esperando. El rostro feliz de mi sacerdote, que se desgasta todos los días recorriendo los caminos de su parroquia, a la que yo le he encomendado. Vale la pena abrazar a mi sacerdote, abrazar a mis fieles, saludarles y alegrarme con ellos. Valió la pena el cansancio, valió la pena.
Así también usted motívese, motívese. Siempre tenemos que motivarnos y decirle a Dios: gracias, Señor. Hoy o durante todos estos días habrá mucha gente aquí, mucha, mucha. Volteamos para un lado en una calle, un mundo de gente, volteamos para otra, un mundo de gente, un mundo de carros y, los que vivimos aquí, estamos muy alegres, no se imagina lo alegres que estamos porque decimos, nuestras familias tendrán que comer, tendrán que comer, porque usted, que ha venido a disfrutar estos días en Oaxaca, va a dejar unos recursos, de los cuales viven nuestras familias. Los hoteleros están felices porque está al cien el cupo, los restaurantes están felices porque hay muchos comensales, y los que atienden felices, porque usted les va a dar un billetito, felices y al final de la jornada todos cansados, todos cansados, hasta usted va a estar cansado, pero va a decir, qué hermoso día.
Pues, gracias, gracias por venir y por alegrarse con nosotros. A veces, los que vivimos aquí decimos: ay, otra calenda, ¿ahora por dónde me voy a ir? ¿por dónde voy a llegar? Pero está la alegría y tenemos que alegrarnos con esa alegría, pero sanamente y con respeto a nosotros mismos y con el respeto a los hermanos, todos respetándonos, todos disfrutando, todos gozando.
Bendito Dios que nos concede estos días de fiesta.
Disfruten los que vienen de otras partes a estar en esta ciudad, disfruten, pero no se le olvide que, en muchos momentos de la vida y tal vez todos los días, por supuesto, sin equivocarme, todos los días necesitamos sentarnos, estar tranquilo y decirle a Dios: gracias Señor, gracias.
Que María, Nuestra Madre, nos siga acompañando, nos acompañe, como acompañó a Su Hijo, Jesús, en los momentos que Él fue recorriendo su vida pública hasta llegar al Calvario. Que María también nos vaya acompañando en las alegrías y en los dolores.
Que así sea.