Oaxaca de Juárez, 13 de octubre. Lo más seguro es que Gabino Cué haga cambios en su gabinete después de su Informe de Gobierno. Se perfilan movimientos en la Secretaría del Transporte y de las Infraestructuras; sus titulares buscarán una diputación y por ello deberán abandonar sus cargos. José Antonio Estefan ya lo platicó con el gobernador, mientras que a Netzahualcóyolt Salvatierra le darán una salida digna. La Secretaría del Trabajo que le sirvió a Daniel Juárez para enriquecerse desaparecerá. Inamovibles, Finanzas, Administración y Turismo. José Antonio Zorrilla -que no tiene vocación de servidor público-, lo único que le interesa son sus hoteles y su fortuna, se quedará dando consejos.
¿Qué pasa si no hay cambios? Pues, nada. A estas alturas a nadie le importa. El Mandatario debe buscar una forma de trascender con obra pública, lo demás ya no interesa. Se gobernó sin operadores políticos, al azahar, y con un súper Consigliere que equivocó el rumbo.
Pero, ¿qué es un operador político? Tomamos un extracto de un artículo que escribio Laura Di Marco en el periódico “La Nación” en el año 2007 al que tituló: El poder en las sombras: cómo mueven las fichas los operadores políticos.
“Pocas veces son votados, pero manejan una cuota importante de poder. A veces incluso más que su propio jefe. Por lo general no miden bien en las encuestas, y algunos hasta son francamente impopulares, pero sin ellos no existiría la política tal como la conocemos los argentinos: hacen que las cosas sucedan. Por sus manos suele pasar mucho dinero, aunque por lo general no se someten a la rendición de cuentas que exige la administración pública. Algunos son funcionarios, otros, asesores. Manejan informalmente las fichas del poder -desde atrás de la escena, claro- y casi siempre están en el centro de las decisiones, sean éstas grandes, como un importante acuerdo político, o pequeñas, como un cierre de listas circunstancial antes de cualquier elección.
Su lenguaje preferido es el “off the record” -son quienes habitualmente hablan con los periodistas, en nombre del líder o, sencillamente, para blanquear aquello que él no quiere decir con todas las letras-. Están en todos los partidos o espacios políticos y detrás de todo candidato público. Su arte es el manejo del secreto. Su territorio, el poder informal. Su clave, los contactos que manejan. Unos pueden exhibir un máster en el exterior y otros no terminaron la primaria. Algunos se mueven en el nivel más alto de la política, creen en un proyecto; otros pululan en el más bajo, bordeando el filo de los negocios poco claros. Habitan las primeras, segundas y hasta las decimocuartas líneas de la política. Juegan en las grandes ligas y también en las inferiores. Pero cualquiera sea su condición, todos comparten un mismo destino: siempre construyen poder para otros. Son los que le hablan al oído al número uno, los “monjes negros”. Son, por definición, el “número dos”, el poder tras el trono. Parientes lejanos de aquellos consejeros del rey en tiempos de la monarquía, hoy ostentan un título menos pomposo: se los llama “operadores” políticos, una denominación que fue adquiriendo diversos sentidos en los últimos veinte años de democracia.
Pero, ¿quiénes son y cómo se mueven estos personajes en las fronteras del poder? ¿Cómo surge la figura del “operador”, qué hace exactamente y por qué ejercen tanta influencia? ¿Cuál es su verdadero rol al lado del líder y por qué los jefes políticos necesitan de “segundos”, que a veces deben oficiar de “malos”, para satisfacer las necesidades de lo que -según ellos creen- es “hacer política” en la actualidad?
El politicólogo y decano de Educación y decano de Educación y Comunicación Social de la Universidad del Salvador (USAL), Gustavo Martínez Pandiani, arrima una hipótesis: “Normalmente, los operadores no se ven a sí mismos como actores de superficie de la política. Saben que, por su pertenencia al mundo oculto del poder, no tienen demasiadas posibilidades de ser la cara visible de una propuesta electoral. Siempre trabajan para otro, aunque no siempre ese otro es la misma persona o grupo político. Su verdadero ´jefe´ es el poder”.
Los define como “brokers del poder”, porque se encargan de aceitar el sistema de engranajes de la negociación política. “Son extremadamente pragmáticos, abren puertas, identifican oportunidades, amortiguan golpes y tienen las mejores agendas de contactos del país”, señala.
Analista político y director de la consultora Poliarquía, Fabián Perechodnik define el rol: el operador, dice, “es aquél que tiene la capacidad de articular acuerdos políticos o políticas puntuales por sobre los roles institucionales. Maneja poder informal, pero con contacto con el formal”.
Precisamente, la informalidad de la tarea y el secreto que la rodea es lo que suele arrojar un manto de sospecha sobre estas figuras. “Es que cuanto más alto es el nivel de exposición, más bajo es su nivel de maniobra”, interpreta Perechodnik. De allí que la mayoría de los operadores consultados para esta nota rechazara el adjetivo. Ellos no se ven de ese modo: se ven como militantes y dirigentes. “Es un término peyorativo”, coincidieron.
En realidad, la relación de los operadores con la exposición pública está en los extremos. Si algunos cultivan el bajo perfil para poder maniobrar, otros necesitan lo contrario: asumen un rol mediático que termina desgastándolos.
“En esa división del trabajo, el jefe conserva las manos limpias -no interviene directamente y, por tanto, siempre está en condiciones de desdecir a su operador-, por eso es que los costados menos glamorosos de la política se identifican con el operador. En esas condiciones, la popularidad de los operadores es un milagro que sucede sólo de tanto en tanto”, observa el ensayista y docente del máster de Periodismo de la UBA Alejandro Horowicz”.
¿Qué le faltó a Gabino Cué?
Ahora, viene el cierre y hay tiempo de hacer algo para trascender, los amigos y compadres no sirvieron en un proyecto que levantó muchas expectativas. Ya ni siquiera trabajan a su favor, al contrario preparan salidas como una diputación plurinominal. !Qué bárbaros!