¿Cómo cambiar a México en el contexto de gobiernos de minoría que por sí solos no pueden llevar a cabo reformas de gran calado y cuando hay más incentivos para la confrontación que para los acuerdos? Si Enrique Peña Nieto abrigó la posibilidad de tener control de las Cámaras y tener gobernabilidad a la vieja usanza es obvio que el resultado electoral dio al traste a su anhelo, pues la sociedad mexicana volvió a mostrar su pluralidad y se reprodujo la situación que predomina en el país desde 1997, fecha en la que el PRI perdió la mayoría absoluta en San Lázaro. En los próximos seis años, EPN tendrá que lidiar con un Senado en el que su partido es minoría. Seguir como estamos, lo sabemos todos, es mantener al país en el pantano.
Si Peña Nieto quiere tener mejor suerte que Fox y Calderón debe conformar mayorías en las Cámaras, pero no puede mediante la disciplina, como ocurriría si su partido las dominara, sino compartiendo una agenda común con los principales partidos de oposición y, por lo mismo, aceptando una parte importante y fundamental de sus propuestas. Eso es lo que explica “El Pacto por México” y, quizás, también el deseo de relajar la presión del yugo con el que los poderes fácticos ejercen sobre las instituciones en demérito del poder presidencial al que tan devotos son los priistas. Pero, en cualquier caso, hizo bien la oposición en participar de la construcción del gran acuerdo que, según lo estipulado, permite retomar el camino de la transición que hasta antes de la vislumbraba con fuertes riesgos de regresión y, lo que no es menos importante, dotar de una agenda social importante, enfrentar cacicazgos perniciosos como el que impide mejorar la calidad educativa y promover la competencia donde hoy reinan los monopolios.
¿Cuál es la alternativa a los grandes acuerdos para cambiar a México? Todas las respuestas que se me ocurren serían perniciosas. La intención de desestabilizar al gobierno tachado de “ilegítimo” para apresurar su final fue lo que fracasó en el pasado sexenio y resultó a tal grado contraproducente que el PRI se encuentra de regreso en los Pinos, pues fue el beneficiario de la polarización y descomposición políticas. El retorno al autoritarismo sería un despropósito que echaría a la basura cuatro décadas de lucha por la democracia en el país. Esperar a que la situación se siga descomponiendo para que en 2018, por fin, el hartazgo lleve a la elección de un presidente “bueno” que cambie todo en virtud únicamente de su voluntad inquebrantable, aunque esté de cualquier manera obligado a construir acuerdos con los partidos a los que ahora descalifica -a menos, claro, que piense disolver el Congreso-, resulta muy irresponsable, pues si tenemos otros seis años como los últimos, muchísima gente pagaría las consecuencias. Apostar a la crisis es poner por delante la ambición de poder sobre los intereses de las personas.
El Pacto por México es un acuerdo muy ambicioso y, por lo mismo, es natural el escepticismo sobre su cumplimiento. Sin embargo, al estar firmado de cara a la opinión pública y con tal bombo y platillo, el costo de no hacerlo realidad sería alto para quien se eche para atrás. Siempre es mejor tener un papel firmado con las causas que se pelean que no tener nada. Además, la comisión de seguimiento y evaluación del pacto será conformada con personalidades y miembros de la sociedad de gran prestigio y honorabilidad, cuya autoridad moral nadie va a poder soslayar. Y si eso fuera poco, el poder creciente de las redes sociales no perdonaría al incumplido. Por supuesto que no hay garantía al 100%, nunca la hay, pero es un riesgo que vale la pena correr por bien del país.
Mención especial merece la firma del Presidente Nacional del PRD, Jesús Zambrano. Lo hizo a pesar de que un bloque encabezado por René Bejarano se opuso a que suscribiera el Pacto por México. Con esa audacia, Zambrano elevo su presencia y autoridad política, pues se muestra como estadista al rechazar ser rehén de tribus y poner por delante el interés del país por sobre consideraciones facciosas. El respaldo que le dieron los gobernadores de izquierda y el jefe de Gobierno electo del DF, Miguel Mancera, adelantan que, junto con su proyección hacia fuera, saldrá bien librado hacia dentro. Y es que tiene las de ganar, pues fueron incorporadas muchas propuestas de gran importancia para la izquierda. Por eso no extraña que las críticas se centren en las formas y no en el contenido del acuerdo.
Si se hace un comparativo entre la Agenda Legislativa del PRD, la Plataforma Electoral de AMLO 2012 y el Pacto por México se nota de manera ostensible la semejanza esencial en muchas de las propuestas. Por eso, será muy difícil que prospere la oposición del bloque bejaranista. ¿Acaso van a votar en contra de sus propios planteamientos? ¿Se opondrán al seguro de desempleo, al 65 y más, a la seguridad universal? ¿No apoyarán la regulación de la contratación de deuda de estados o municipios o bloquearán la competencia en telefonía, radio y televisión? Llama Bejarano a una reforma electoral sin darse cuenta que ya está incorporada en el texto con los puntos del acuerdo. Es falso que esté en el pacto la privatización de PEMEX y el IVA en alimentos y medicinas y si el PRI o el PAN lo proponen tendrán en contra a todo el grupo parlamentario del PRD. Entonces, ¿a qué se van a oponer de lo signado, los legisladores de ese bloque opositor a Zambrano? Les va a costar trabajo encontrar en qué votar en contra, a pesar de que es su costumbre.
Se entiende más la oposición de AMLO, aunque en campaña no dejó de plantear la necesidad de la reconciliación entre todas las fuerzas políticas. Además de estar inmerso en la construcción de un nuevo partido, que no es cosa fácil, sólo puede vislumbrarse su tercera candidatura en un contexto de alta confrontación, en una narrativa del “bueno” frente a los “malos”. Aunque sea la misma propuesta, él sólo la acepta si está al frente del gobierno y desde la presidencia llama a la colaboración del PRI y del PAN. Se entiende que desde su perspectiva no puede haber cambio en el país a menos que él lo lleve a cabo desde la cúspide del poder. Respeto su convicción, aunque no la comparta y me parezca grave buscar que el hartazgo sea la llave para ganar la elección tras largos seis años de una película ya vista.
El Pacto por México va y lo respaldaré con todo, exigiendo en todo momento su cumplimiento en los plazos acordados. Está demás decir que asumo la responsabilidad plenamente ante el país, sus ciudadanos, los electores de la izquierda, mis compañeros de partido y, por supuesto, frente a la historia