Oaxaca de Juárez, 1 de octubre. Elegimos esta fecha porque hoy, en México, termina un ciclo e inicia otro que no sabemos a ciencia cierta a dónde nos va a conducir. Hay un cambio de mando, pero también un cambio de régimen, y nace algo distinto.
Como mexicanos, todos deseamos que sea algo bueno, pero ante la cadena de acontecimientos sucedidos en los últimos 120 días, tras la elección del 2 de junio, es difícil saber el rumbo que tomará el país:
Una mayoría inexplicable en las dos Cámaras del Congreso.
Una reforma judicial absurda que complicará la impartición de justicia en vez de resolver sus grandes pendientes.
El que se va deja una economía muy deteriorada debido al gasto innecesario de miles de millones que terminaron en un barril sin fondo, para obtener un aeropuerto disfuncional, un tren sin sentido que se descarrila, y una refinería que no logra producir un solo barril de gasolina.
Recursos dilapidados en obras faraónicas, mientras enfrentábamos el México más violento de su historia con casi 200 mil asesinatos en 6 años, y los servicios de salud sufrían el peor deterioro que han tenido: sin medicinas, sin insumos, sin personal suficiente ni eficiente, y con clínicas y hospitales abandonados a su suerte.
Igual que los caminos, carreteras y autopistas, que han sucumbido ante la falta de mantenimiento.
Es la herencia de un hombre enloquecido y frenético, que gobernó el país sembrando el rencor y el odio.
Un país dividido, enfrentado, agobiado, sin paz, sin crecimiento y sin esperanza, aunque ésta, dicen, sea lo último que muere.
Homicidios, desaparecidos, desplazados, feminicidios.
Inflación y poca viabilidad económica ante el despilfarro.
Afortunadamente, ha anunciado que se va a “La Chingada”, su propiedad en Palenque. Que así sea.
Pero el panorama al que se enfrenta la primera mujer presidenta de México es aterrador. Sin control económico ni político, el inicio de su gobierno enfrentará graves complicaciones.
Habrá que reconstruir los puentes que fueron destruidos, tanto en el interior como en el exterior, y devolverle a la política su capacidad de gestión y negociación incluyente dentro y fuera del país. No imagino que el país se le pueda deshacer entre las manos a la primera mujer presidenta de México, pero los retos que habrá de enfrentar serán muy desafiantes.
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