Oaxaca de Juárez, 7 de julio. No hay pueblo oaxaqueño donde no se diga que existen brujos, nahuales y hechiceros. Estos mismos personajes se han encargado de hacer notar su existencia. A los brujos y hechiceros se les ha catalogado dentro de los curanderos, pero en sentido opuesto, del lado maligno. Curan y provocan enfermedades malignas. Se cuenta que los primeros, para lograr sus maleficios, se surtían furtivamente de los productos que necesitaban, como sangre humana o de bestia, venenos, humores, materias repugnantes con las que hacían brebajes mezclados con oraciones extrañas, movimientos rituales y mágicas invocatorias al diablo aborigen.
Los hechiceros causan daño introduciendo en el cuerpo de su víctima sabandijas, venenos y también materias repugnantes, que provocan la muerte en un tiempo determinado. Ellos mismos pueden curar de este maleficio chupando la parte afectada, previas limpias e invocaciones diabólicas, para extraer el objeto introducido en el cuerpo del enfermo.
Los nahuales tienen una relación hombre-animal, corren la misma suerte, pero el animal, que es su tona, cuida al hombre porque repercute en él cualquier daño que sufra. Juzgándose acontecimiento importante el nacimiento de un niño, los indígenas extremaban los cuidados desde antes de que naciera, procurándole su tona o animal que le tocara en suerte ser algo así como su doble, además de su protector, como el ángel tutelar de los cristianos. Cuando se aproximaba el alumbramiento, las comadronas o parturientas delineaban sobre ceniza o arena muy fina diversos animales, marcando el correspondiente en el instante del nacimiento. Cuando el niño adquiría uso de razón era conducido al templo y los sacerdotes le explicaban con qué animal corría igual suerte y fortuna.
Los curanderos gozaban de aceptación, consideraciones y respeto. Tenían sus propios cultivos de plantas medicinales para ejercer su profesión, y adquirían y conservaban otros ingredientes necesarios, como vegetales, animales y minerales.
Según la creencia generalizada, las enfermedades provenían del calor, del frío y de la humedad. Según la procedencia de la enfermedad eran los medicamentos: fríos, calientes y húmedos.
Refiere el investigador Wilfrido C. Cruz que: “El dolor de cabeza, las irritaciones, las inflamaciones, la viruela, el sarampión, en general las afecciones cutáneas son producto del calor en el organismo; son condiciones de morbosidad, ‘caliente’, que para combatirlas es preciso suministrar al paciente medicamentos fríos; substancias animales, vegetales y minerales que participen de ese carácter; el limón es frío, la naranja caliente; hojas, hierbas y raíces se clasifican en la farmacopea aborigen según sus cualidades calientes o frías, utilizándose en la curación de enfermedades según el principio alopático de contraria contraiis curantur. El tomate silvestre es notablemente frío, lo que determina su aplicación en el remedio de muchos males de esencia ‘caliente’. El fuego hace en estos casos el daño; la hinchazón, enfermedad o manifestación patológica esencialmente caliente, se dice en zapoteco guij, homónimo de lumbre. Hay catarros de calor y catarros de frío, estos últimos proceden de la humedad y tienen como causa el agua, el sereno o relente nocturno o bien el aire frío. El papel del curandero es expulsar del cuerpo enfermo el agente determinante del mal, fuego, agua o aire, utilizando para ello los medicamentos que contengan principios contrarios a la naturaleza de aquellos agentes”.
“La viruela era una afección ‘caliente’ pero no se combatía, porque se consideraba enfermedad sagrada, ‘curarla era provocarla, era irritar la causa misteriosa y santa que la engendraba y por consiguiente acelerar la muerte del enfermo’. Se establecen guardias en la pieza en que yace el paciente para que mientras unas personas duermen, otras velen a fin de que las brujas no penetren en la habitación y soplen con su aliento envenenado y cálido los granos del varioloso. No deben apagarse las luces en la estancia porque al amparo de la oscuridad entran en el recinto los hechiceros, aires malos, seres maléficos, infernales de la ciudad o del monte. El sarampión es otra de las afecciones que provienen del calor; su curación requiere medicinas frías, ayuno absoluto del enfermo hasta los veintiún días en que las influencias malignas convencidas de su fracaso se retiran. Decían los antiguos que el fuego de la viruela busca su salida del organismo atacando por ella, es fuego noble; y aquel que provoca el sarampión busca hacia adentro del cuerpo para devorar en lo profundo de las entrañas y en la oscuridad, lejos de la luz, las entrañas humanas.”
Había, y en muchos pueblos hay todavía, predilección por los medicamentos de uso externo y por los tratamientos a base de sobadas o masajes, porque también se relacionan con motivos de acción mágica, psicología y mítica.
El susto era una enfermedad común entre los indígenas. La tradición curativa se ha conservado, y en algunos lugares, principalmente donde habitan zapotecas, se le conoce como enfermedad del miedo. Su método de curación “implica un proceso complejo de acción clínica física, psíquica, taumatúrgica y religiosa. Cuando alguien sufre el mal del miedo por haber recibido un fuerte susto, o impresión de terror, cuyas causas pueden ser ordinarias o fantásticas, se supone que dejó su alma en el lugar donde experimentó la sensación álgida del miedo. Por eso generalmente se manifiesta triste, distraído, inapetente; enflaquece y si no lo curan puede agravar y sucumbir. Entonces precisa hacer que esa conciencia ahuyentada, que esa ánima abandonada en algún sitio, alejada del cuerpo, regrese a él. El curandero frota el cuerpo del enfermo con diversas hierbas olorosas para recoger de aquel sus humores malignos; de vez en cuando se detiene, golpea el pecho del enfermo, lo llama por su nombre y después de rezar las oraciones que para el efecto existen -mezcla de oraciones cristianas y de versículos idolátricos y mágicos-, puede adivinar cuál fue la causa del miedo, el sitio, el día y hora en que aquel se produjo y sabe si el enfermo se salva de la muerte o no”…
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