Oaxaca de Juárez, 15 de enero. Quienes se mantienen en el poder a través de la corrupción, la mentira y silenciando a la disidencia, sepan que están en el lado equivocado de la historia. Sepan que el pueblo los juzgará por lo que deban construir, no por lo que destruyan. Porque el mundo ha cambiado y debemos cambiar con él.
Llegó el momento de reafirmar nuestra fortaleza de carácter, de elegir la mejor parte heredada de nuestros Viejos Abuelos y que los oaxaqueños llevamos en los genes, de apelar a nuestras virtudes, a esta noble idea transmitida de generación en generación: el conocimiento de que todos somos iguales, todos somos libres, y todos merecemos la oportunidad de buscar toda la felicidad posible.
Reafirmando la grandeza de nuestra nación, comprendemos que la grandeza nunca está asegurada. Debe ser ganada. Nuestro sendero jamás estuvo hecho de atajos, y nunca nos contentamos con poco. No ha sido el camino para los mediocres, para los que prefieren el placer en lugar del trabajo, o buscan solamente las ventajas de la riqueza y la fama.
Por el contrario, han sido los que se arriesgan, los emprendedores, los que hacen cosas -algunos conocidos, pero más frecuentemente hombres y mujeres cuyo trabajo es desconocido-, los que nos impulsaron en el largo y difícil sendero hacia la prosperidad y la libertad.
Una y otra vez esos hombres y mujeres lucharon y se sacrificaron y trabajaron hasta que sus manos se llenaron de llagas, para que nosotros pudiéramos vivir una vida mejor. Esa es la vía que proseguimos hoy.
Nuestros trabajadores no son menos productivos que cuando comenzó esta crisis. Nuestras mentes no son menos creativas, nuestros bienes y servicios no menos necesitados de lo que lo eran la semana pasada o el mes pasado o el año pasado. Nuestra capacidad se mantiene intacta. Pero han acabado los tiempos del inmovilismo, de la protección de intereses mezquinos y de la dilación de decisiones difíciles. A partir de hoy debemos levantarnos, sacudirnos la desidia y recomenzar la tarea de reconstruir el país.
Sabemos bien que estamos en medio de una crisis. Nuestro país está en guerra contra una amplia red de violencia y odio. Nuestra economía está gravemente afectada, como consecuencia del cinismo, la avaricia e irresponsabilidad de algunos.
Muchos negocios han tenido que cerrar con la consecuente pérdida de puestos de trabajo. El desabasto de medicinas en el sistema de salud, la falta de pago a los proveedores del gobierno estatal y la crisis educativa provocada por la Sección XXII, son de dominio público.
Estos son indicadores de la crisis, basados en datos y estadísticas. Menos mensurable pero no menos profunda es la pérdida de la confianza en nuestro país.
Domaremos el sol y los vientos y la tierra para alimentar nuestros vehículos y hacer funcionar nuestras fábricas. Y transformaremos nuestras escuelas y colegios y universidades para enfrentar los desafíos de la nueva era. Podemos hacer todo eso, y todo eso lo haremos.
Pero hay quienes ponen en duda el alcance de nuestras ambiciones, quienes sugieren que nuestro sistema no puede generar demasiados planes. Su memoria es corta. Olvidaron lo que este país ya hizo, lo que los hombres y mujeres libres pueden lograr cuando la imaginación se une a un objetivo común, y la necesidad al coraje.
Lo que los cínicos no llegan a comprender es que el suelo se ha abierto bajo sus pies, que los viejos argumentos que tanto tiempo se nos impusieron ya no tienen validez. La cuestión que ahora nos planteamos no es si nuestro gobierno es demasiado grande o demasiado pequeño, es saber si funciona, si ayuda a las familias a hallar trabajo y sueldos decentes, a tener cuidados médicos a su alcance, y a una jubilación digna. Cuando la respuesta sea afirmativa, seguiremos adelante. Cuando sea negativa, pondremos fin a esos programas.
Y a quienes, entre nosotros, manejan el dinero público se les debe pedir cuentas -para gastar de forma sensata, acabar con los malos hábitos y ser transparentes-, porque sólo entonces podremos restaurar la confianza vital entre el pueblo y su gobierno.
Tampoco se trata de preguntarse si el mercado es una fuerza del bien o del mal. Su poder para generar riqueza y extender la libertad es incomparable, pero esta crisis nos ha recordado que, sin una atenta vigilancia, el mercado puede descontrolarse, y que una nación no puede ser próspera cuando sólo favorece a los más ricos.
Las generaciones que nos precedieron comprendieron que nuestro poder es mayor cuanto mas prudente es; que nuestra seguridad emana de la justeza de nuestra causa, de la fuerza de nuestro ejemplo, y de las cualidades de la humildad y la moderación.
Nuestros desafíos pueden ser nuevos. Los instrumentos con los que los enfrentamos pueden ser nuevos. Pero todos estos valores de los cuales depende nuestro éxito -trabajo duro y honestidad, valor y perseverancia, tolerancia y curiosidad, lealtad y patriotismo- son antiguos. Esos valores son verdaderos. Han sido la fuerza silenciosa del progreso a lo largo de nuestra historia.
Lo que se nos pide es, pues, un retorno a esas verdades. Lo que se requiere de nosotros ahora es una nueva era de responsabilidad, un reconocimiento, por parte de cada uno de nosotros de que tenemos deberes para con nosotros mismos, deberes que no aceptamos a regañadientes, sino que los acogemos de buena gana, firmes en la convicción de que nada es tan satisfactorio para el espíritu, tan decisivo en nuestro carácter, como dar lo mejor de nosotros ante una tarea difícil.
Que los hijos de nuestros hijos digan que cuando fuimos sometidos a prueba nos negamos a abandonar el desafío, que no nos echamos para atrás, ni vacilamos, y con los ojos puestos en el horizonte y con la gracia de Dios, llevamos este gran don de libertad y lo entregamos intacto a las futuras generaciones.
Fuente: Discurso de toma de posesión del presidente Barack Obama, primer periodo. 20 enero 2009. http://iipdigital.usembassy.gov
Desde Santa María Oaxaca
castilan1o@yahoo.com