Oaxaca de Juárez, 2 de octubre. Cuando Penélope Hoyo murió, en agosto del año pasado, a consecuencia de la insuficiencia renal crónica que la aquejaba desde la adolescencia, su familia y sus amigos resolvieron mantener activo su muro de Facebook para dejar constancia de su activismo en favor de los derechos de los animales y la promoción del rescate y la adopción de perros, tareas a las que dedicó los últimos quince de los 45 años que vivió.
En la vida de Penélope Hoyo hubo dos trasplantes de riñón; conoció las diálisis de todo tipo, experimentó diversos grados de deterioro físico y los días en que tenía, cuando las cosas se complicaban: no dejó que la enfermedad la venciera.
UNA VIDA, DOS TRASPLANTES. El que Penélope padeciera desde muy joven insuficiencia renal crónica la convertía, dada su juventud, en una candidata ideal para recibir la donación de un riñón que le garantizaría la sobrevivencia y la calidad de vida. Hija de una familia de clase media, su caso fue tratado en los hospitales de Petróleos Mexicanos, servicio del que era beneficiaria, a lo largo de su vida. Penélope, Penny para todos los que la trataron de cerca, tuvo siempre la enorme fortuna de estar acompañada en sus circunstancias, por sus padres y su hermano, por José Luis, su esposo, y los numerosos amigos que hizo en cada etapa de su vida.
Un diagnóstico de insuficiencia renal crónica cambia de manera radical la vida de un paciente y de su familia. No es una prueba fácil. Penélope fue afortunada. Sus ganas de vivir encontraron eco y apoyo. Quiso estudiar actuación, y lo hizo, en el Centro de Estudios Actorales (CEA) de Televisa. Cantó, bailó. La vida la llevó por los derroteros del trabajo editorial y de diseño, donde se sentía a gusto.
El siglo veintiuno la sorprendió trabajando en uno de esos lugares signo de los tiempos, los primeros portales de internet mexicanos. A aquel empleo llegó casada, con dos perros a los que amaba profundamente, capaz de manejar, de desvelarse trabajando cuando se necesitaba —aunque no fuera lo más recomendable para ella— como si no llevase ya un trasplante de riñón, que le había permitido seguir viviendo. Hablaba de su enfermedad sin amargura, y más bien con esperanza. Si no hubiera sido por las experiencias que narraba en ocasiones, y la discreta bolsita donde llevaba su diálisis ambulatoria, nadie se hubiera dado cuenta del reto que llevaba a cuestas.
En ese lejano año 2000, Penélope sabía que el riñón donado empezaba a fallar. Estaba en la lista de candidatos a trasplante, dada su juventud y la disciplina con que se cuidaba. Claro, había, a veces, días malos; días en que la diálisis portátil parecía no cumplir a cabalidad su función, y Penny tenía que hospitalizarse, someterse al riñón artificial. Voces amigas le instaban, entonces, a concretar un nuevo trasplante. Y ella prefería aguardar, lo más que fuera posible. Y tenía claro por qué. “A lo mejor, si me espero un poco más, un año, dos años, hay algo, una cura, un procedimiento que ayude a curar la insuficiencia renal crónica”, decía. “Y entonces yo estaría mejor sin necesidad de recurrir a otro trasplante”. Sin embargo, y, al tiempo, ese segundo trasplante sí fue necesario y sí se concretó. La donación de un nuevo riñón le permitió vivir casi diez años más.
Se decidió, en 2001, por el autoempleo, y se dedicó a formarse como etóloga canina: convirtió en actividad productiva el enorme amor que prodigaba a sus perros, y no solo halló un medio de ganarse la vida: entró de lleno en el rescate de perros abandonados, lastimados o simplemente necesitados de hogar. Esa pasión acabó por tener materialidad: el Hogar Temporal 3 Marías, en el Estado de México