HUAXYACALLI
Del lunes del cerro a la Guelaguetza
Gerardo Felipe Castellanos Bolaños
Antes de hablar de la fiesta del Lunes del Cerro habrá que precisar algunos conceptos.
Para levantar el ánimo de los oaxaqueños abatido de manera terrible por el terremoto de 1931, las siete regiones del estado vienen a Oaxaca por primera vez a presentar su guelaguetza.
La fiesta del Lunes del Cerro siempre fue una fiesta pagana popular y familiar.
En diferentes épocas se ha llamado: La gran fiesta de los Señores, Hueitecuilhuitl en la época de paz y florecimiento antes del azote de los invasores españoles; Lunes del Cerro; Fiesta de la Azucena a partir de 1928 y hoy, Guelaguetza.

Lo cierto es que los oaxaqueños originarios, los nitos, la seguimos llamando: Lunes del Cerro.
Huaxyacac era un cuartel mexica con su guarnición de guerreros, cuyo dios, por supuesto era el dios de la guerra Huitzilopochtli. No eran pacíficos campesinos dedicados a la agricultura que veneraban a Centeotl, diosa de la tierra y del maíz.
Huaxyacac, la loma de los huajes, duró 46 años.
El territorio donde la erigieron era por derecho, un territorio que le pertenecía a los zapotecos.
Del cerro de El Fortín, los mexicas sólo ocupaban lo que es el mirador actual.
El barrio de Xochimilco se fundó con la llegada de los invasores, fuera de Huaxyacac.
Hasta 1828 el Lunes del Cerro era una fiesta familiar, en la que no tomaba parte ninguna otra región del Estado, más que los habitantes de la capital y sus pueblitos y agencias aledañas. La fiesta era en la tarde.

“Hermoso Lunes: música, luz y alegría, amor, comida y bebida; era la fiesta del pueblo y para el pueblo. Por regla general, y era algo esencial, el remojón; caía un torrencial aguacero a eso de las seis de la tarde que no respetaba paraguas, sombrillas, impermeables de hule y de palma. Pero por gracia quien sabe de quién, el aguacero no duraba mucho. Después del remojón que daba a los paseantes, cesaba, yéndose cada quien a su casa, llevando en su interior la satisfacción de haber gozado de una fiesta netamente oaxaqueña, de casa, íntimamente hogareña, en grande.”
La fiesta actual es una mezcla zapoteca y mexica; comenzando con el nombre actual: Guelaguetza y Centeotl, la diosa mexica de la tierra y del maíz. Esto se fusionó en la época contemporánea, para hacer una fiesta espectacular para turistas nacionales y extranjeros.
La guelaguetza es una costumbre heredada de los zapotecos que se practica principalmente en la región de los Valles Centrales; consiste en recibir o dar ayuda para realizar una fiesta, que puede ser una boda, un bautizo, un cumpleaños o la fiesta del santo patrón; pero también puede ser un duelo, —como un difunto—.
La guelaguetza que se recibe o que se da, puede ser en efectivo, en bienes o en un servicio personal. Al recibir guelaguetza adquieres el compromiso de pagar posteriormente a tu benefactor, cuando él lo necesite, el equivalente, lo mismo que recibiste o algo mejor.
Por lo anterior se entiende que no hay guelaguetza para ricos o para pobres, para visitantes o para anfitriones, para hombres o para mujeres; la guelaguetza es para todos donde quiera que se necesite.
Guelaguetza es un concepto que los oaxaqueños entendemos sin palabras y que en la práctica se realiza en cualquier fecha sin trajes regionales, sin bailables y sin música; es la ayuda espontánea, el presente, lo que necesitas no el espectáculo; los oaxaqueños más que tratar de explicarlo lo vivimos, sentimos y agradecemos.
No es una presentación o un espectáculo; me parece que la palabra que describe mejor la guelaguetza, como traté de explica arriba, puede ser un servicio personal, ayuda, y también puede ser cooperación.
Centeotl, la diosa mexica de la tierra y del maíz, se incorpora a la celebración pagana porque fue ofendida por los habitantes de Huaxyacac que únicamente reverenciaban a Huitzilopochtli, dios de la guerra; con ruegos, genuflexiones y postraciones, con ayunos y otras austeridades; con sacrificios y oraciones y con otros ritos propios exclusivamente de su religión.
Y como castigo empobreció las tierras, secó los pozos y los ríos y las cosechas no daban y los alimentos empezaron a escasear durante varios años. El sumo sacerdote, el tlatoani y los comerciantes reconocieron este olvido imperdonable de la diosa de la tierra y del maíz; de inmediato empezaron a construirle un Cu (teocalli).
La diosa atendió sus ruegos y cubrió nuevamente de frutos la tierra de Huaxyacac. El 13 de Tecpal del IX Hueitecuilhuitl, tercer lunes del mes de julio, los sacerdotes acompañados de hombres y mujeres, se trasladaron al cerro del Fortín dispuestos a reparar el agravio a la diosa. Reunieron a todas las doncellas para seleccionar a la más hermosa para ser sacrificada a la diosa Centeotl el lunes siguiente.
La joven que tuvo el privilegio de ser la elegida, se despidió de su familia y fue conducida al Cu (teocalli) en dónde ayunó, realizó diversos ritos, y oró toda la semana para ser digna de la diosa.
El siguiente lunes, día de la octava, subieron nuevamente a las faldas del cerro de El Fortín llevando regalos a la doncella próxima a ser sacrificada; unos llegaron con las mejores frutas que cosecharon especialmente para esta ocasión; otros trajeron jarros con chocolate, tortillas de maíz (blandas y clayudas), elotes hervidos y asados, tamales de chepil, caldo de guajolote, flores y ramilletes de plantas aromáticas, para el banquete que la nobleza le ofrecía a la doncella elegida para el sacrificio.
Después de este acto, organizados todos en una procesión, con los sacerdotes y la doncella al frente, se trasladaron al Cu (teocalli) que estaba situado donde hoy se halla el templo del Carmen Alto, y allí fue sacrificada la virgen azteca ante el altar de la diosa Centeotl.
Terminada la ceremonia, todos se retiraron con la seguridad de que no escasearían el frijol, el maíz, ni las flores, tan necesarios unos y otras para su subsistencia y para sus prácticas religiosas.
Y desde entonces, nunca más se olvidaron de la diosa Centeotl, y año con año, le llevaron como ofrendas, azucenas recogidas en las faldas del cerro de El Fortín; frutos selectos y le ofrecían sacrificios de animales.
Como las costumbres de los pueblos subsisten porque están en la conciencia de sus moradores, la celebración de los lunes del cerro se ha transmitido de generación en generación y en ellas se rememoran: En el primer lunes, la selección de la doncella que será sacrificada en aras de la diosa Centeotl, y en la octava, el día del verdadero sacrificio de la misma doncella.
En 1738 las fiestas del lunes del cerro se acompañaban de una falsa serpiente gigante, de más de diez metros, hecha de carrizo y cartón pintado de verde, que era llevada en los hombros de jóvenes que se ocultaban en su interior. Fue prohibida en 1741 por del espanto que causaba al pueblo, por orden del Obispo Mons. Tomás Montaño y Aarón (23 jun 1737 – 24 oct 1742)
En 1741, se empezaron a usar los monotes de calenda. La peregrinación al cerro de El Fortín era acompañada de por esculturas gigantes hechas de carrizo y papel de china, representando a las diversas razas humanas. A los monos de calenda, en ese entonces les llamaban: gigantes. En 1882 fueron suprimidos.
En 1928 el gobernador Genaro V. Vázquez trató de cambiar el nombre de los lunes del cerro por el de Fiesta de la Azucena. No logró su propósito pues el pueblo le siguió llamando Lunes del Cerro.
El paseo subsiste y en los tiempos modernos se ha convertido en una verdadera verbena, a la cual concurren todas las clases sociales, dispuestas a saborear las deliciosas frutas, tomar la fresca y rica nieve y regocijarse con los suculentos tamales.
Así, por intervención de esa fuerza misteriosa que impulsa lo mismo a los pueblos que a los individuos, la fiesta profana zapoteca y mexica se ha convertido en la Guelaguetza, que se conmemora cada año y que los oaxaqueños seguimos llamando: Lunes del Cerro.
Desde Santa María Oaxaca, 17 de junio de 2017.