Oaxaca de Juárez, 20 de diciembre. Por Oaxaca han pasado más de 100 gobernadores desde que tomara posesión el primero de ellos, don José María Murguía y Galardi en 1823 tras la declaración de independencia para la provincia, que hiciera el Coronel Antonio de León dos años antes.
Si nuestros datos no fallan, con el ex mandatario José Murat Casab se cumplió un centenario de la existencia de la figura de “gobernador” en nuestra entidad, aunque no siempre existió de facto, pues habrá que recordar las llamadas “prefecturas” durante la breve intervención francesa, previas al último periodo del gobierno estatal de don Porfirio Díaz, o el lapso de interregno que prevaleció posterior a él.
Oaxaca no tiene una ancestral historia sobre el “arte de gobernar” sólo por el número de gobernantes que lo han conducido, sino por la importante aportación que ha hecho para el estudio del poder político desde sus gobernados, movimientos sociales y personajes políticos desde los tiempos de las culturas prehispánicas hasta nuestros días.
Ante esa historia, gobernar Oaxaca es un reto de muy alta responsabilidad pero ante todo de obligado “oficio político”, expresión que en la práctica trasciende a toda disciplina científica como la Administración Pública o a toda ciencia como la Ciencia Política, y refiere a la obligada experiencia puesta a prueba, que debe tener quien representa, toma decisiones o negocia en la profesión política.
De acuerdo a algunos historiadores, después de la muerte de Benito Juárez y el arribo al poder de don Porfirio Díaz, Benito Juárez Maza tuvo un crecimiento político importante pero sobre todo veloz, como pocos actores que le antecedían en aquella época.
Algunos aseguran que el éxito de su carrera no sólo se debió al apellido, sino además a que Porfirio Díaz calculó el riesgo de preferirlo “apapachado” que enemistado, por el peso del padre sobre la tambaleante política nacional. Así, Juárez Maza pudo ser un alto diplomático en diversos países del mundo sin tener la mínima experiencia, hasta representar en el Congreso Federal a estados como Oaxaca, el Estado de México y otros, o hasta ser gobernador de nuestra entidad.
Al vástago de Juárez García le fue fácil el camino político en medio de una época en la cual Oaxaca se arreglaba por las armas y por el arte de la negociación. Sin embargo, tras su apabullante victoria en las elecciones estatales por la gubernatura en 1911 contra Felix Díaz, su gobierno duró menos de un año, al ser preso de una muerte sorpresiva.
A muchos nos hubiera gustado saber un poco más del gobierno del hijo del Benemérito. Poder analizar sus decisiones como estadista, su experiencia como hombre de mundo al haber vivido y estudiado en el extranjero, poner a prueba su alcurnia, sus habilidades como negociador entre grupos sociales, o estudiar su capacidad al frente de un estado como Oaxaca, que en el momento que a él tocó, albergaba la antirrelección y la revolución en la sangre de su pueblo. Albergaba además, la cuna de importantes personajes que aportaban teorías y prácticas de gobierno no sólo a Oaxaca sino al país. Jesús, Ricardo y Enrique Flores Magón, sin olvidar a doña Margarita Magón. José Vasconcelos, García Vigil o Sebastián Ortiz, fueron algunos de esos personajes.
Sin embargo, el hecho no sucedió y la historia del apellido del oaxaqueño reformista tuvo hasta Juárez Maza su último suspiro.
Hoy, 104 años después, Oaxaca no ha cambiado mucho. En Oaxaca sigue habitando la insurrección en la sangre del pueblo, siguen existiendo personajes de ascenso fugaz en su carrera política –valiéndose del apellido- y siguen existiendo calles sin pavimentar llenas de tierra y sin banqueta, incluso, en el área metropolitana de la capital, justo como en las épocas de la revolución.
Para quien conoce la historia de nuestra entidad, gobernar Oaxaca es un reto que conlleva más que un modelo, práctica y estructura de gobierno. Gobernar Oaxaca obliga a todo gobernante a soñar con el modificar genéticamente un cromosoma que con el paso de los años automáticamente reclama una herencia que nunca llegó pese a nuestra importante participación en la Revolución Mexicana, la de la justicia social.
Lo anterior no significa que sea imposible, de hecho, significa eso, soñar con hacerlo posible y hacerlo.
Sobre el modelo de gobierno, Gabino Cué Monteagudo le deja a Oaxaca, como mero dato histórico, haber logrado una alternancia –a secas- del partido en el gobierno, pero también le hereda al mismo partido que durante más de 70 años gobernó la entidad sin visibles resultados. También le deja a Oaxaca una incrementada poliarquía, es decir, el poder político distribuido en un mayor número de grupos, por supuesto, grupos de presión, ante todo fácticos –fuera de la ley-.
Sobre la práctica de gobierno, Cué le deja a Oaxaca un mayor número de bloqueos como método esencial de negociación política. Durante su gobierno el arte de gobernar, ese equilibrio entre estabilidad, paz social y desarrollo, pasó desapercibido, hecho que propició el surgimiento de más grupos desestabilizadores y un incremento en actos de injusticia e impunidad.
Finalmente, sobre la estructura de gobierno, Cué Monteagudo le hereda a Oaxaca una mayor estructura burocrática sin fines funcionales, un gobierno desorganizado sectorialmente y en materia de gabinetes funcionales –obligado el replanteamiento de organismos como el Comité de Planeación para el Desarrollo de Oaxaca y las delegaciones de gobierno-, y un gobierno tres veces más endeudado financieramente que su antecesor y bajo premisas de gasto corriente, esto último avalado por la LXI y LXII legislatura locales.
El nuevo gobierno que llega a Oaxaca se enfrentará a eso y más. Sin temor, cualquier analista político con mediano conocimiento de Oaxaca podría saber que ante el caos y subdesarrollo que ha dejado Gabino Cué, cualquier obra de gobernación o desarrollo económico será más que bien vista, sin embargo, el gobierno entrante ya ha dejado una estela de promesas de campaña que no podrán ni deben pasar desapercibidas. Promesas que podrán traducirse en un Plan Estatal de Desarrollo, pero que a diferencia de todos los que se han inscrito en la historia del olvido, deberá sea capaz de instrumentar y materializar un alto impacto positivo durante los dos primeros años de gobierno (2017 y 2018), pues después de ese breve tiempo el contexto nacional, basado en la reforma política reciente, será otra vez más una tambaleante pasarela política de promesas y saltos de chapulín.
Se sabe ancestralmente que la historia es cíclica y a partir del primero de diciembre de 2016, las y los oaxaqueños tendremos la oportunidad de atestiguar ese viejo pensamiento. Mientras eso pasa no debemos dudar que en todo nuevo gobierno nuestra participación y voluntad define el destino inmediato que deseamos como ciudadanos, ante eso, construyamos un mejor Oaxaca.
Polítologo y consultor