Oaxaca de Juárez, 25 de noviembre. Ya son casi dos semanas de esperanzas rotas de que el nuevo conteo de votos pueda dar a Hillary un triunfo inesperado, las posibilidades de que esto ocurra son tan remotas como el pensar que en estos momentos se mesure el discurso de grupos neonazis y de extrema derecha que al día de hoy han ido profundizando su odio.
No es sencillo ver en las noticias grupos franquistas o nacionalistas blancos hablando como si la moda fuera la incorrección política, preocupante resulta el hecho de que nuestros hijos crezcan pensando que hablar de esa manera es “normal” o “correcto”. Es decir, hace escasos tres años aún se lograba hablar con reservas sobre la diferencia entre ricos y pobres, cristianos y musulmanes, anglosajones y latinos. Hoy en día la tendencia apunta a que ya no es novedad que alguien con bastantes problemas mentales alce la voz en contra de cualquiera de estos grupos- no minoritarios- aludiendo su derecho a la “libre expresión”.
Retomando entonces este derecho, es impactante el daño que las solas palabras han hecho alrededor del mundo. Es decir, absurda resulta la “nueva prudencia” del discurso de Trump cuando damos cuenta de que estás diferencias entre grupos fueron promovidas nada más y nada menos por su discurso. Por tanto, no, la discriminación, el racismo, la misoginia, la islamofobia, el antisemitismo y el sionismo no son luchas ganadas. Muy por el contrario son batallas que como humanidad estamos librando día con día.
En este orden de ideas es que podemos hablar de la libertad de expresión, una vez que entendamos el valor de las palabras, el peso que tienen y el daño que causan, no es sino nuestra responsabilidad empezar lo que debimos haber hecho después del holocausto o lo que debimos haber comenzado luego del genocidio de Ruanda y es que el denostar a “otro” trae graves consecuencias.
El odio mis estimados lectores no conoce de distinciones y para mala suerte de los que no pertenecemos al selecto grupo “WASP” hoy nos tocó ser a nosotros el blanco perfecto de las frustraciones de algunos blancos empoderados por el discurso de odio. Pero no nos confiemos quién sabe si el día de mañana no seamos los latinos, los musulmanes o judíos los que promovamos el odio hacia “el otro”.
Es así como concluyo esta columna que más que análisis fue un desahogo y no puedo sino despedirme citando al poeta y gran amigo Javier Gutiérrez Lozano cuando afirma que “el odio también se hereda…”