Fernanda Cardoso
Oaxaca de Juárez, 15 de junio. Luego de que algunos portales de noticias aseguraran que el Estado Islámico había reivindicado el atentado en “Pulse”, bar gay de la ciudad de Orlando, muchos analistas empezamos a preocuparnos respecto a las consecuencias que tendría otro atentado en territorio estadounidense. La realidad es que las vertientes que se desprenden de esa posibilidad son miles y ninguna es alentadora para el sistema internacional.
En primer lugar, otro atentado terrorista supondría una falla a un sistema de inteligencia que luego del 9/11 resultó ser el más “efectivo” del mundo. Al mismo tiempo, no hablaría de una inmersión del Estado Islámico en territorio estadounidense vulnerando la seguridad no sólo de este país sino de toda América, al mismo tiempo esta situación daría una oportunidad aún más grande que la candidatura de Donald Trump resultará la triunfadora poniendo en práctica sus políticas de segregación.
Sin embargo, poco se ha sabido del móvil que impulsó al estadounidense, Omar Siddiqui Mateen a cometer tal crimen. Entre las múltiples versiones se afirma que el delincuente juró lealtad a “ISIS” al momento de cometer el atentado. No obstante, lo anterior no es nsuficiente para afirmar que el crimen sea calificado como un “atentado terrorista”. En lo particular, pienso que el crimen cometido en “Pulse” es el ejemplo perfecto de cómo las autoridades tienen tanto miedo a denominar un delito como “crimen de odio”. En otras palabras ¿por qué nos parece más trágico un atentado terrorista que un delito de odio? ¿Será tal vez por la idea de que el atentado terrorista siempre es perpetrado por una persona ajena a Estados Unidos y a los valores que éste país promueve? ¿Será que nos causa más tranquilidad saber que el Estados Islámico se encuentra a kilómetros de distancia que pensar que el perpetrador pueda ser nuestro vecino?
La realidad es que podríamos pensar que el móvil del delito fuera contra las personas homosexuales, contra los latinos, contra los estadounidenses, etc. Es decir, razones para pensar en un posible delito de odio hay y pocos han sido los que se inclinan por esa línea de investigación.
Por otro lado, la ignorancia del perpetrador respecto al fundamentalismo islámico salta a luz cuando en su computadora afirma que es admirador de Daesh y de Hezbollah cuando ambos grupos persiguen objetivos completamente diferentes.
Por lo anterior, pienso que sería más prudente afirmar que el perpetrador sólo era una persona desequilibrada que buscaba en múltiples lugares refugiar su odio. De esa manera
evitamos satanizar a una religión o a una comunidad de refugiados que todavía no logran llegar a Estados Unidos. Así pues, es más que vital para la especie humana advertir que el odio se hereda y que nadie, no importa la razón, merece morir de la manera en la que perecieron 48 de los asistentes al mencionado bar.