Oaxaca de Juárez, 23 de abril. Contra lo que había calculado el presidente Andrés Manuel López Obrador al imponer a Clara Brugada y Rocío Nahle en las candidaturas para los gobiernos de la Ciudad de México y Veracruz, las cosas marchan mal y el riesgo de que pierdan preocupa en Palacio Nacional al estar extendiéndose la percepción dentro de Morena que la derrota viene. Acusaciones de corrupción y conflictos internos entre candidatas han acelerado la descomposición interna, contaminando las campañas para el Congreso, el Senado y presidencias municipales.
Lo que está sucediendo en el partido en el poder no se había visto desde que irrumpió Morena en el escenario nacional en 2015, ni siquiera en las elecciones intermedias de 2021, cuando tuvo una derrota importante en la Ciudad de México. El entorno que acompaña la última parte de las campañas es de conflicto. Incluso, a manera de control de daños, el líder nacional de Morena, Mario Delgado, se ha estado quejando en Palacio Nacional de que el gobernador de Sonora, Alfonso Durazo, presidente del Consejo Político del partido, es el responsable primario de la debilidad electoral en muchas de las campañas.
La mayor preocupación se encuentra en la Ciudad de México y en Veracruz, donde el Presidente está interviniendo activamente. Los semáforos amarillos se comenzaron a prender hace aproximadamente un mes y medio en Palacio Nacional, cuando se hizo el primer corte de caja sobre las tendencias electorales en las dos entidades y se concluyó que, de no hacer nada urgente al respecto, la posibilidad de perder las gubernaturas era amplia. Hace tres semanas se reasignaron tareas a Marcelo Ebrard y a Ricardo Monreal para que trabajaran en la Ciudad de México, y se responsabilizó al gobernador de Veracruz, Cuitláhuac García, para que operara la elección de Nahle. El dinero no era un problema, y recursos públicos se comenzaron a inyectar en las campañas de las candidatas.
Desde entonces, la ruta de Brugada y Nahle ha sido descendiente.
Veracruz es el mayor foco rojo. García fracasó en la operación electoral, mostrando una equivocación más de López Obrador al confiar en un oportunista de la política sin experiencia ni talento electoral. Las fallas del gobernador se juntaron a las denuncias crecientes de posibles actos de corrupción de Nahle. Una, presentada en la Fiscalía Especializada para el Combate a la Corrupción por el empresario veracruzano Arturo Castagné Couturier, tiene que ver con la presunta compra irregular o ilegal de propiedades de Nahle, cuando era secretaria de Energía, y de su esposo, José Luis Peña Peña, que trabajó en la petroquímica de Pajaritos, en Coatzacoalcos, y a quien hace años le atribuyen, sin pruebas documentables, actos de corrupción. Otra, publicada por el veterano periodista Édgar Hernández en el portal Línea Caliente, sobre presuntos depósitos en paraísos fiscales por unos 100 millones de pesos durante el tiempo que estuvo en el gabinete de López Obrador. Nahle ha desmentido todo, pero ante su palabra le han mostrado en ambos casos documentación.
Nahle ha ido arrastrando problemas desde que López Obrador se empeñó en hacerla candidata porque no nació en Veracruz sino en Zacatecas, por lo que se tuvieron que hacer triquiñuelas legales para que pudiera ser registrada. Su gestión al frente de Energía es memorable por su incompetencia en ese campo –un experto en energía y el servicio público dice que es la peor funcionaria que haya conocido jamás por su ignorancia e ideologización– y la forma déspota con la que trata a la gente, incluidos miembros del gabinete cuando formaba parte del gobierno.
La candidata tiene muchos negativos y enemigos, y no parece que las sorpresas en torno a ella se hayan acabado. Hernández anticipó que vendría información sobre un presunto piso de ella en Nueva York, y hay algunos audios que la comprometen en presuntas corruptelas en Dos Bocas, con personas vinculadas a los hijos del Presidente.
En la Ciudad de México, pese a las recientes denuncias de corrupción que hizo el candidato de la oposición, Santiago Taboada, en el segundo debate este domingo, Brugada no está manchada como lo está Nahle. Pero sus problemas no son menores, y comenzaron desde que López Obrador la impuso por encima del candidato de Sheinbaum, Omar García Harfuch, que la había derrotado claramente en las encuestas. La forma atrabiliaria como la hizo candidata el Presidente provocó una fractura en las clientelas de Morena y con Sheinbaum.
López Obrador exigió a Delgado resolver el conflicto entre ellas, pero no ha podido. De hecho, los choques entre sus equipos de campaña cada vez son más evidentes y la molestia de Sheinbaum no se limita sólo a que la hayan obligado a aceptar que bajaran a García Harfuch, sino porque considera que ella no garantiza el triunfo de Morena porque cree que no tiene la estatura para gobernar la ciudad. El problema no se circunscribe a su pleito. También hay liderazgos políticos y sindicales que están considerando no operar a favor de Brugada porque si se hacen explícitos los respaldos, no quieren verse comprometidos con Taboada, ante la posibilidad real de que gane.
En la Ciudad de México y en Veracruz, las tendencias electorales que le ha proporcionado al Presidente su confiable equipo de encuestas personal muestran a sus candidatas a la baja, y a sus opositores Taboada y el priista José Yunes, al alza. Pero López Obrador no se quedó con los brazos cruzados cuando le dieron los resultados y ha estado trabajando y presionando a la militancia de Morena para evitar las derrotas en dos de las entidades con mayor peso electoral y que tienen el potencial de incidir en la elección presidencial si se perdieran.
Una derrota en la Ciudad de México no podría atribuírsele a Sheinbaum. Al contrario; demostraría que su impulso a Harfuch, bajo el supuesto de que él ganaría votos que no obtendría Brugada, era el correcto. El perdedor, como en Veracruz, sería López Obrador, lo que debe preocupar a la oposición porque el enemigo que tienen enfrente es el Presidente, dispuesto a hacer lo necesario, legal o no, por ganar.
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