Oaxaca de Juárez, 23 de enero. Tal parece ser que la agenda internacional se ha adaptado, a lo que nos gusta llamar “la falsa información”. Cuentas falsas, perfiles perdidos en redes sociales que no saben bien a bien a qué sociedad dirigirse. Las primeras redes sociales no sólo fueron una variedad sino que poco a poco fueron formando parte de nuestra vida. Lo que al principio parecían ser dinámicas propias de la adolescencia se fueron convirtiendo en actores preponderantes dentro del escenario internacional.
Hoy en día es difícil saber qué de lo que está arriba de las redes sociales es verdad o no y es más fácil recibir mensajes de las tías incómodas afirmando noticias como “La ONU declara oficialmente el inicio de la Tercera Guerra Mundial…” nos hemos convertido en presas de nuestros miedos pero también de nuestro morbo y de nuestra ignorancia. Las sociedades hace escasos veinte años eran fácilmente distinguibles hoy en día se repiten patrones de radicalización que han puesto en jaque a los mejores servicios de inteligencia.
Los “accidentes”, los atentados y las muertes de las que somos presas en todo el mundo superan cualquier explicación teórica, no hay analista que sepa cómo contrarrestar la amenaza de la radicalización. Por lo anterior, es preciso poner sobre la mesa la posibilidad de que estemos en un momento de la historia donde la seguridad esté a cargo plenamente de la sociedad civil, posiblemente la única esperanza que tengamos de superar los tiroteos en las escuelas, las explosiones en los autobuses o los atentados en la vía pública sea la capacidad de los padres por identificar las primeras señales de radicalización.
Ahora bien, nos encontramos con el dilema ético sobre quién recae la responsabilidad de detectar la radicalización de nuestros jóvenes. Es preciso preguntarnos si contamos con mecanismos efectivos de identificación mediante servicios de inteligencia y no mediante estrategias militares que poco pueden hacer ante enemigos invisibles como grupos de odio en Facebook.
Claramente estamos ante una realidad que no sabemos resolver, ante enemigos que no conocemos y ante la amenaza de un discurso de odio que promete dar mucho de qué hablar en los próximos años. Mientras tanto, sería bueno que como padres fuéramos los primeros en detectar la radicalización de nuestros hijos, tal vez nos toque ser los nuevos servicios de inteligencia en esta era digital.