Oaxaca de Juárez, Oaxaca. 25 de abril.
Los que terminamos una carrera profesional en el Instituto de Ciencias y Artes del Estado de Oaxaca o en la Universidad Benito Juárez de Oaxaca;somos los chavales que nacimos el siglo pasado y sobrevivimos el fin del mundo de 2012; nos reunimos de manera regular, el último viernes de cada mes, para desayunar, contar anécdotas de las que fuimos protagonistas o simplemente para vernos y saber que estamos vivos.
Conozco dos leyendas de pandillas urbanas estudiantiles; La Flama y La 33.1; comparto la primera. La Flama, medio siglo después.
Los que estudiamos en la Universidad Benito Juárez de Oaxaca, pero sobre todo los ex alumnos del Instituto Autónomo de Ciencias y Artes del Estado, en su etapa de transición a universidad, vivimos momentos que jamás olvidaremos.
Son hechos vistos por todos desde diferentes ángulos, por lo tanto son diferentes versiones, la de cada uno y la de todos; para entender la conducta de los jóvenes de 1955 y para comunicarnos mejor en 2015, esta versión pretende ser la todos.
Cuando empecé a recopilar la información para dejar constancia de las actividades extramuros de algunos grupos estudiantiles pude darme cuenta que, la palabra pandilla no les hacía mucha gracia; así que busque su significado en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española y quité la palabra y dejé únicamente el significado: Grupo de amigos que suelen reunirse para divertirse en común.
Hace cincuenta y cinco años, en los hogares se cocinaba en anafres con carbón o en estufas que funcionaban con petróleo y se alumbraban, por las noches, con una vela o con un quinqué con depósito y bombilla de cristal transparente y funcionaba a base de petróleo.
El petróleo era un artículo de primera necesidad; lo distribuía Pemex en tambos de lámina de 200 litros y su símbolo era el Charrito Pemex. Se expendía en casi todo el estado; su nombre comercial era, petróleo diáfano, que costaba 15 centavos.
En la 6ª calle de Independencia, entre Porfirio Díaz y García Vigil, en la esquina con Porfirio Díaz estaba el diario local, Oaxaca Gráfico y siguiendo hacía el oriente, la fotografía Ramírez; la farmacia Regina; un expendio de petróleo llamado La Flama; Funerales Meixueiro y en la esquina el Museo de Oaxaca. En la misma dirección, hacía el oriente, pasando la calle estaba el restaurante Kiko, el correo, telégrafos y en la esquina el edificio del Instituto.
En la acera de enfrente está la casa donde vivió Eulogio Guillow y en la esquina estaba la peluquería del Sr. Antonio Ortega que en la puerta tenía un cilindro vertical de plástico con listones rojos, azules y blancos en diagonal.
A continuación esta la Alameda, en ese tiempo en el noreste tenía casetas de mariscos y en el sureste estaban los puestos de nieve.
En una de estas casetas, El Torito Veracruzano, vendían media de camarones y en otra, doña Papaya, vendía fritangas en la noche, preparaba unas tortas de cecina blanca con rajas de chile jalapeño en vinagre y pasta de frijoles que siempre estaban quemados; esto le daba un sabor diferente a sus tortas, riquísimas.
En las noches de preparadas, regalaba voluntariamente a los estudiantes, antes de que corrieran, café caliente. Los que podían pagar lo que se les antojaba, al pedir se agachaban para que no reconociera que eran los mismos que ocasiones anteriores habían corrido sin pagar y podía ser que en esta oportunidad, después de comer, también desaparecieran sin pagar. Así nacieron los agachados.
En el Instituto todos asistían a clases en el mismo edificio y como es lógico todos se conocían de vista, por el apodo o por ser compañeros de carrera; en las actividades de un grupo participaban los de otro y las anécdotas se entrelazan y son revividas con alegría.
Los de primer ingreso, los macoloches, venían de la primaria asustados, llegaban a un ambiente diferente; había un maestro para cada materia; cambiaban de salón cada hora; al maestro lo veían como un terrible ogro.
El Ing. Larrañaga daba matemáticas y tenía asignada un aula en el segundo patio, planta baja; siempre estaba fumando y atendía únicamente a los que se sentaban en la primera fila, de pronto se levantaba y sin decir agua va, escogía al azar a cualquiera de los de atrás y le decía “Ándale, mira; salte mira”. Más tarde, y fuera del salón, cuando alguien no era aceptado, todos en coro le decían: ¡Ándale, mira! ¡Salte, mira!
Una novatada muy socorrida era mandar a un macoloche a traer cigarros o galletas; le indicaba a que lugar debía ir a traerlos; los cigarros al puesto de Nico en el Portal de Flores y las galletas en la dulcería que estaba en la calle de Valdivieso, el problema para el macoloche era que no le daban dinero, tenía que pedir, agarrar y correr como alma que lleva el diablo.
Esto de correr también debían de hacerlo para evitar el dolor hasta donde fuera posible; dolor de coscorrones, golpes y patadas. Los viejos se formaban haciendo dos filas y en medio debían de pasar los macoloches corriendo, algunos se caían o soltaban algún libro con el que se protegía, pobres de ellos, les llovía de todo.
Un veterano se paraba en la puerta jugando con sus llaves que eran sostenidas con una cadena de reloj de veinte centímetros de largo, a la que daba vueltas y vueltas y siempre sorprendía a algún macoloche con un golpe en la pelonera con sus llaves.
La Flama fue el no
mbre de guerra de un grupo de amigos, estudiantes del Instituto, que en 1953 se reunían para divertirse fuera del horario de clases. El mote les vino del lugar en el que se reunían: un expendio de petróleo que estuvo en Independencia 603, entre Porfirio Díaz y García Vigil, denominado La Flama.
Eran veintidós integrantes, he aquí algunos nombres: Roberto Acevedo; Eduardo Barcelos, el Moretes; Miguel Vásquez; Julio Ortiz; Joaquín Bazán, el Marro; Gustavo García, el Santo Viejo, abogado; Alberto Ramírez, Médico; Eleazar Galindo, Sam, ingeniero civil; Octavio Bolaños, el Poblano; Carlos Herrera, abogado; el Tigre (hubo dos, uno en la Flama y otro en la 33.1); el Lolo; el Santa María.
*Miembro del Seminario de Cultura Mexicana
Desde Santa María Oaxaca
castilan1o@yahoo.com


