Oaxaca de Juárez, 8 de noviembre. Es común escuchar a miles hablar de lo “terrorífica” que resulta la justicia islámica y lo cruel que ésta es, gracioso también es escuchar cómo la justicia sí funciona en otros países “más desarrollados” (cito textual) que nosotros. Lo raro, es que todo mundo se escandaliza cuando hablamos de la efectividad de cortar la mano ante un robo, por mencionar un ejemplo.
Es triste ver lo cortos que son nuestros horizontes culturales, vemos con buenos ojos la pena de muerte en Estados Unidos, pero nos aterra pensar en la lapidación. Absurdo resulta ver casos en México donde se hace justicia por propia mano y nos indigna el final del delincuente. Triste es ver cómo en nuestro país hemos perdido toda la civilidad de la cual hacíamos tanto alarde.
Es verdad que hay penas bastante tortuosas pero en casi ninguno de los casos es difícil determinar quién es el malo, si alguien roba, mata, viola o asesina tiene que correr con riesgos y soportar todo tipo de consecuencias. Por tanto, por qué nos parece aceptable una pena de muerte pero nos resulta impensable ajusticiar a un ladrón que entra a casa ajena.
Entonces, no hay tal argumento de mejores o peores países en materia jurídica, lo que es preocupante es la distorsión que sufrimos para determinar quién es el culpable, quién sí está sujeto a un juicio de valor.
Problematizando es justo decir que no es que nos aterre la muerte como castigo, nos aterra que “el otro” (inferior, menos civilizado y menos humano según nosotros) sea quien disponga de nuestro destino. Lamentablemente esta mentalidad ha distorsionado la idea que tenemos de justicia y la que tenemos sobre quién es digno de recibirla.
Por lo anterior, la percepción de seguridad y de repartición de justicia no tiene nada que ver con la calidad de las mismas, sino de quién sea el que ajusticia. Entonces no es que nos escandalice que en Arabia Saudita penen con cortar la mano a los rateros, nos aterra que haya países donde en efecto estos delitos sean castigados, dónde la presunción de inocencia sea una realidad y donde las leyes están del lado de las víctimas.
Es por eso que creo que, aunque el hacer justicia por propia mano es una afrenta contra el Estado, también es cierto que el que roba, el que viola, el que secuestra o extorsiona debe enfrentar algún tipo de castigo y no gozar de defensas que lejos de promover el respeto a los derechos de las víctimas promueven la impunidad en todos los niveles