Gerardo Felipe Castellanos Bolaños
Oaxaca de Juárez, 1 de mayo. Por alejar el frío y traer el tiempo para sembrar y cosechar, nuestros ancestros zapotecos de Luula’, durante el mes de mayo, en agradecimiento, ofrecían de rodillas a la diosa de las flores y de las cosechas Xunashiguié, sus cantos y flores más bellas.
Los mexicas que establecieron su cuartel en la loma de los huajes Huaxyacac, veneraban a Chicomecóatl diosa de la subsistencia, en especial del maíz, principal patrona de la vegetación y por extensión diosa de la fertilidad. Le ofrecían flores y productos del campo. Era la parte femenina de Centéotl.
Los que estamos despiertos sabemos que, en lo que hoy es Oaxaca, incluido por supuesto el grandioso barrio de El Marquesado; existía 800 años antes de la invasión de los bárbaros, ignorantes, y fanáticos religiosos españoles, una ciudad con templos, plazas, calles, mercados y palacios llamada Huaxyacac, en la loma de lo guajes, que al no poder pronunciar por pereza la nombraron Guajaca.
Después de la invasión, del holocausto y del genocidio de parte de los españoles que nos impusieron con la espada, con torturas indecibles; con mutilaciones de pies, manos, orejas y narices; con indios asados vivos para extraer el cebo de indio o colgados y quemados por los pies o aperreados o contagiados de viruela.
Nos impusieron la costumbre de la época medieval en Europa centrada en la llegada del buen tiempo y el alejamiento del invierno. El 1 de mayo era considerado como el apogeo de la primavera. Esta costumbre se extendió sobre todo durante el siglo XIX y se practica hasta hoy.
En Santa María Oaxaca también conocido como El Marquesado
La tarde de mayo que fueron mis hermanas a ofrecer flores a la virgen por primera vez, cómo reímos; no recuerdo si fue la única o si fueron otras veces; a mi se me grabo la primera; fue una experiencia asombrosa por la inocencia, la ternura y la sencillez de este momento que quedó grabados para siempre.
Llevaban sus vestidos blancos, con encaje, de primera comunión que mi padre les había traído de Aguas Calientes; mi madre les puso sus mantillas blancas, sus guantes y les dio a cada una, un ramo de azucenas blancas para la virgen.
Me sentía muy orgulloso de ellas, por fin habían ingresado a la élite de las niñas que ofrecían flores a la virgen, era como un sueño hecho realidad. Nos veíamos y reíamos; eso era todo; ¿puedes imaginar? Reír por ver a dos niñas vestidas de blanco, pero esas dos niñas eran mis hermanas y yo estaba muy contento y orgulloso.
Todo empezó cuando las formaron frente a la puerta de la parroquia para que entraran; fui y me paré frente a la fila para observarlas y se encontraron nuestras miradas y empezamos a reír; las veía y reía con ellas y ellas conmigo; eso era todo; era una risa de tres y era una sola risa.
Para mi significó mucho este momento, tanto que quedó grabado para siempre y hoy cincuenta años después, podemos compartir y reír nuevamente con alegría y con inocencia; son las cosas extraordinarias de nuestras vidas, las que nos impactan y dejan su huella para siempre.
Hablando por teléfono el día de hoy con mi hermana Pilar le comenté que iba a escribir sobre el día que fueron a ofrecer flores, automáticamente le vino un ataque de risa; no le pregunté sobre el origen de su risa pero supe de inmediato que también ellas guardaron este momento; como familia debe interesarnos mucho recordar los momentos de los que viene nuestra fuerza y pero también nuestra debilidad para eliminarla y neutralizar su efecto destructivo.
LA MISA DE DOMINGO
La misa de siete, los domingos; lo más emocionante de ir a misa, era subir al campanario a tocar la campana que era más grande que tú; se toca dándole vueltas y en cada vuelta tenías que evitar que te golpeara o que te arrojara al vacío; te impregnabas del olor a cera y a incienso mientras oías el sermón desde el púlpito, veías a las señoras con la cabeza tapada con el rebozo y a los pecadores conocidos que iban a comulgar; te santificabas con la misa en latín, los pellizcos y los coscorrones si no te arrodillabas derechito.
LA DOCTRINA
La doctrina en las tardes; recuerdo el olor a incienso y el sol filtrándose en diagonal por la puerta del templo hasta llegar al altar, el sol de la tarde pega en la puerta de entrada.
Entrar en la tarde al templo, cuando está solo, es reencontrarse con uno mismo, es revivir, mientras percibes el olor a incienso. Vuelves a ver a Sofía la panadera —dicho con admiración y con mucho cariño— que nos formaba en dos filas, niños y niñas; avanzábamos hacia el frente cantando: “… vamos niños al Sagrario, que Jesús llorando esta, pero viendo tantos niños que contento se pondrá…”


