El señor que curaba en San Juan Chilateca II
Gerardo Felipe Castellanos Bolaños
Porque a todo el que tiene, se le dará más, y tendrá en abundancia. Mt. 25:29
Oaxaca de Juárez, 22 de enero. El amor por su hija y siguiendo el dictado de su corazón Dn. Juan Reyes logró curarla descubriendo con esto el don de curar con el que había nacido. En una semana la alivió y ella comenzó a salir al patio; la gente del pueblo la vió y empezaron a preguntar quién la había curado, al enterarse, trajeron a sus hijos enfermos para que los curara, mi papá se negó diciendo que no era médico y le contestaron, es cierto, ya sabemos que no es médico, pero si curó a su hija, puede curar a mi hijo y así nació el único médico del pueblo. Al levantarse cada mañana agradecía a Dios por ver un nuevo día y le pedía que lo iluminara para que lograra curar a toda la gente que confiaba en él.
Aplicaba inyecciones y llegó a hacer dos o tres operaciones quirúrgicas; un día tío Benito le trajo a mi prima Dulce con un tumor grande en la espalda para que se lo quitara; mi padre le recordó que no era médico, que la llevara a la capital para que la operaran; su hermano le contestó: “Mira hermano, todos ya sabemos que tú lo puedes hacer y si no, que se muera” Con una navaja de afeitar le abrió la espalda, retiró el tumor, cerró y la sanó. Diario, en la casa, había colas enormes de personas que venían de toda la región y hasta de la costa a curarse.
Su fama llegó incluso a oídos de las autoridades sanitarias del Estado que empezaron a investigarlo y al comprobar la gran cantidad de enfermos que curaba con medicamentos de patente, sin que él lo solicitara le dieron un puesto periférico para que aplicara vacunas; salía a recorrer los pueblos de la zona con su maletín de médico, aplicando vacunas contra el sarampión, la tosferina, el paludismo y la viruela.
En la capital se hizo amigo del dueño de la farmacia en dónde se surtía de medicinas y don Joel empezó a mandarle agentes de ventas de laboratorios de Veracruz, Puebla, Distrito Federal que llegaban sólo con su maletín de muestras en transporte público y dependiendo de la hora en que debían de regresar, algunos se quedaban a dormir en la casa; en agradecimiento le fueron regalando libros con nociones elementales de medicina, fáciles de consultar y comprender; por las noches los estudió para conocer los síntomas de las enfermedades; con el tiempo y la práctica supo qué laboratorios vendían medicamentos de calidad y fue eliminando los que no servían.
Según la creencia del pueblo en un huevo se puede ver la enfermedad y empezaron a traer un huevo fresco que aceptó y ya en consulta se los pasaba por el cuerpo —ésta era la parte mágica de la curación— y luego frente a ellos, ponía el huevo a contraluz y les decía que estaba viendo qué enfermedad tenían, le contaban los síntomas y ya que los escuchaba les diagnosticaba el padecimiento y recetaba la medicina exacta para remediar sus males y los curaba sin dudar. Hasta su muerte ejerció la medicina obligado por la gente que le tenía confianza y fe; sabían que sí los iba a curar.
En la casa también se hacía pan todos los días de la semana; diario se hacía pan amarillo, hojaldras, resobado y en los fines de semana surtido de manteca y tortas de yema.
Eran cuatro panaderos Tío Nata y Elpidio, su hijo y dos más, llegaban a trabajar, amasaban y mientras fermentaba la masa, se iban regresaban más tarde a hacer el pan.
En ausencia de los panaderos y estando solo papá Juan en la tienda, llegó un desconocido y le dijo a msi le daba permiso que “quería prepararle un panecito”, no sé cómo lo convenció porque le dió permiso y lo llevó a la amasijo, le mostró dónde estaba lo que necesitaba y lo dejó para que trabajara.
Se olvidó de él hasta cuando los panaderos regresaron; me contó que vinieron todos a verlo y con el sombrero agarradito con las dos manos y pegado al pecho le hablaron con mucha humildad; dijeron visiblemente emocionados: “Vaya a ver lo que hay en la masijo”.
En ese momento se acordó del panadero misterioso y pensó ¿Qué habrá hecho?
Lo que encontró fue un pastel que parecía que irradiaba luz por el equilibrio, la combinación exacta de los colores y el buen gusto con el que había sido decorado; parecía hecho por los ángeles y cuando lo partieron y probaron, hay amigo, era un sabor exquisito, de otro mundo; era un pastel hermoso y sabroso, algo que no habían visto nunca y menos con esa decoración que no se ocupaba en la panadería. Era algo que los panaderos y mi papá nunca habían visto y además de un sabor exquisito.
El creador de esta obra maestra, que parecía salida de un convento, se había ido, mi papá ya no lo vió, cómo si hubiera desaparecido. Pidió a los panaderos que fueran a buscarlo por todo el pueblo, uno por cada calle, que preguntaran por él, regresaron sin él, ya no lo encontraron, había desaparecido. Mi papá pensó que Dios lo había visitado.


