Del lunes del cerro a la guelaguetza
Gerardo F. Castellanos Bolaños
La fiesta del Lunes del Cerro siempre fue y sigue siendo en el 2019, una fiesta pagana, popular y familiar.
Oaxaca de Juárez, 12 de julio. En diferentes épocas se ha llamado: La gran fiesta de los Señores, Hueitecuilhuitl, en la época prehispánica; Lunes del Cerro; Fiesta de la Azucena, a partir de 1928; y hoy día, guelaguetza. Lo cierto es que los oaxaqueños la seguimos llamando: Lunes del Cerro.
Huaxyacac era un cuartel mexica, con su correspondiente guarnición de guerreros, cuyo dios, por supuesto era el dios de la guerra Huitzilopochtli. No eran pacíficos campesinos dedicados a la agricultura que veneraban a Centeotl, diosa de la tierra y del maíz.
Huaxyacac sólo duró 35 años y no como pretenden hacernos creer que su presencia había sido permanente.
El territorio donde se asentó era, por derecho, territorio que le pertenecía a los zapotecas.
Del cerro del fortín, los mexicas sólo ocupaban lo que es el mirador actual (2019).
Xochimilco se fundó con la llegada de los españoles, fuera de Huaxyacac.
Hasta 1828, el Lunes del Cerro era una fiesta familiar, en la que no tomaba parte ninguna otra región del Estado, más que los habitantes de la capital y sus pueblitos y agencias aledañas. La fiesta era en la tarde.
Cuenta Guillermo Rosas Solaegui (1978) que: “Desde la falda del cerro hasta la rotonda en dónde está el monumento a Juárez, había a regulares distancias tienditas improvisadas, en donde se vendían exquisitos manjares… Música acá y allá, tanto en changarros populares como en changarros de catrines… el comercio, todo de la ciudad, cerraba sus puertas por la tarde para que su personal de empleados no se perdiera de su fiesta favorita, inclusive los propios patrones…Hermoso Lunes: música, luz y alegría, amor comida y bebida, era la fiesta del pueblo y para el pueblo… Por regla general y era algo esencial: El remojón. Caía un torrencial aguacero a eso de las seis de la tarde, que no respetaba paraguas, sombrillas, impermeables de hule y de palma… Pero por gracia quien sabe de quién, el aguacero no duraba mucho. Después del remojón que daba a los paseantes, cesaba… yéndose cada quien a su casa, llevando en su interior, la satisfacción de haber gozado de una fiesta netamente oaxaqueña, de casa, íntimamente hogareña, en grande.”
La fiesta actual es una mezcla zapoteca y mexica; comenzando con el nombre actual: Guelaguetza y Centeotl, la diosa mexica de la tierra y del maíz. Esto se fusionó en la época contemporánea, para hacer una fiesta espectacular para catrines, turistas nacionales y extranjeros.
La guelaguetza es una costumbre heredada de los zapotecos que se practica principalmente en la región de los Valles Centrales; consiste en recibir o dar ayuda para realizar una fiesta, que puede ser una boda, un bautizo, un cumpleaños o la fiesta del santo patrón; pero también puede ser un duelo, como un difunto—. La guelaguetza que se recibe o que se da, puede ser en efectivo, en bienes o en un servicio personal. Al recibir guelaguetza, adquieres el compromiso de pagar posteriormente el equivalente, lo mismo o algo mejor a tu benefactor, cuando él lo necesite.

Por lo anterior, se entiende que no hay guelaguetza para ricos o para pobres, para visitantes o para anfitriones, para hombres o para mujeres, o para catrines; la guelaguetza es para todos donde quiera que se necesite.
Guelaguetza es un concepto que los oaxaqueños entendemos sin palabras y que en la realidad se realiza, sin trajes regionales, sin bailables, sin música y puede darse en cualquier fecha; más que tratar de explicarlo, los oaxaqueños lo vivimos, sentimos y agradecemos.
No es una presentación o un espectáculo, ni son los regalos; me parece que la palabra que describe mejor la guelaguetza, como traté de explica arriba, es ayuda y también puede ser cooperación.
Centeotl, la diosa mexica de la tierra y del maíz, se incorpora a la celebración pagana porque fue ofendida por los habitantes de Huaxyacac que únicamente reverenciaban a Huitzilopochtli, dios de la guerra; con ruegos, genuflexiones y postraciones, con ayunos y otras austeridades; con sacrificios y oraciones y con otros ritos propios exclusivamente de su religión.
Y como castigo Centeotl empobreció las tierras, secó los pozos y los ríos y las cosechas no se daban y los alimentos empezaron a escasear durante varios años. El sumo sacerdote, el tlatoani y los comerciantes reconocieron su olvido imperdonable de la diosa de la tierra y del maíz; de inmediato empezaron a construirle un Cu (teocalli).
La diosa atendió sus ruegos y cubrió nuevamente de frutos la tierra de Huaxyacac. El 13 de Tecpal del IX Hueitecuilhuitl, tercer lunes del mes de julio, los sacerdotes acompañados de hombres y mujeres, se trasladaron al cerro del Fortín dispuestos a reparar el agravio a la diosa. Reunieron a todas las doncellas para seleccionar a la más hermosa que debía ser sacrificada a la diosa Centeotl el siguiente lunes.
La joven que tuvo el privilegio de ser la elegida se despidió de su familia y fue conducida al Cu (teocalli) en dónde ayunó, realizó diversos ritos y oró toda la semana para ser digna de la diosa.
El siguiente lunes, día de la octava, subieron nuevamente a las faldas del cerro de El Fortín llevando regalos a la doncella próxima a ser sacrificada; unos llegaron con las mejores frutas que cosecharon especialmente para esta ocasión; otros trajeron jarros con chocolate, tortillas de maíz (blandas y clayudas), elotes hervidos y asados, tamales de chepil, caldo de guajolote, flores y ramilletes de plantas aromáticas, para el banquete que la nobleza le ofrecía a la doncella elegida para el sacrificio.
Después de este acto, organizados todos en una procesión, con los sacerdotes y la doncella al frente, se trasladaron al Cu (teocalli) que estaba situado donde hoy se halla el templo del Carmen Alto y allí fue sacrificada la virgen mexica ante el altar de la diosa Centeotl.
Terminada la ceremonia, todos se retiraron con la seguridad de que no escasearían el frijol, el maíz, ni las flores, tan necesarios unos y otras para su subsistencia y para sus prácticas religiosas.
Y desde entonces nunca más se olvidaron de la diosa Centeotl y año con año le llevaron como ofrendas, azucenas recogidas en las faldas del cerro de El Fortín; frutos selectos y le ofrecían sacrificios de animales.
Como las costumbres de los pueblos subsisten porque están en la conciencia de sus moradores, la celebración de los lunes del cerro se ha trasmitido de generación en generación y en ellas se rememoran: En el primer lunes la selección de la doncella que será sacrificada en aras de la diosa Centeotl y en la octava, el día del verdadero sacrificio de la misma doncella.
En 1738 en las fiestas del lunes del cerro se acompañaban de una falsa serpiente gigante, de más de diez metros, hecha de carrizo y cartón pintado de verde que era llevada en los hombros de jóvenes que se ocultaban en su interior. Fue prohibida en 1741 por del espanto que causaba al pueblo por orden del Obispo Mons. Tomás Montaño y Aarón (23 jun 1737 – 24 oct 1742)
En 1741, se empezaron a usar los monotes de calenda. La peregrinación al cerro de El Fortín era acompañada de por esculturas gigantes hechas de carrizo y papel de china, representando a las diversas razas humanas. A los monos de calenda, en ese entonces les llamaban: gigantes. En 1882 fueron suprimidos.
En 1928 el gobernador Genaro V. Vázquez trató de cambiar el nombre de los lunes del cerro por el de Fiesta de la Azucena. No logró su propósito pues el pueblo le siguió llamando Lunes del Cerro. Esta verbena se ha conservado no por la temporada de azucena, sino por recordar los hechos verificados en el cerro de El Fortín; ha adquirido en nuestros días una resonancia social que ha hecho consagrarle más atención y ha despertado sumo interés por rememorarla en todo su esplendor.
El paseo subsiste y en los tiempos modernos se ha convertido en una verdadera verbena, a la cual concurren todas las clases sociales dispuestas a saborear las deliciosas frutas, tomar la fresca y rica nieve y regocijarse con los suculentos tamales.
Así, por intervención de esa fuerza misteriosa que impulsa lo mismo a los pueblos que a los individuos, la fiesta profana zapoteca y mexica se ha convertido en la Guelaguetza, que se conmemora cada año y que los oaxaqueños oriundos seguimos llamando: Lunes del Cerro.


