Oaxaca de Juárez, 5 de abril. Ni más arriba ni más abajo, a la altura del corazón; ni adelante ni atrás, a nuestro lado. Efectivamente, estoy hablando de la mujer y nadie más debe estar a la altura del corazón y a nuestro lado.
Al hablar de globalización, competitividad, poder político, creación de empleos, administración y todos los avances tecnológicos y científicos, se habla del hombre y de la mujer.
Por el embarazo o por los cambios hormonales no compiten con el hombre en igualdad de circunstancias; renuncian voluntariamente a ser madres para acceder a oportunidades de trabajo; pero además, como madres trabajadoras tienen la capacidad de atender a su familia y al trabajo, realmente son admirables.
Al hablar de la mujer oaxaqueña emprendedora, lo hago con mucha admiración y respeto por su amor al trabajo, a la familia y al progreso; por su talento para crear negocios que pueden ir desde una micro a una gran empresa; por su audacia al atreverse a realizar ideas que para otros parecen imposibles; por su sentido práctico para aceptar la adversidad como un reto para crear oportunidades de trabajo; prácticas y factibles.
La mujer contribuye a la economía del hogar y del estado en los tres órdenes de gobierno; a la familia administrando y aportando parte, y en muchos casos el total de los gastos de la casa; en la empresa familiar aporta ideas innovadoras para desarrollar la competitividad. Al estado aporta impuestos y derechos. Su intervención inteligente, positiva y productiva es una esperanza para la humanidad.
En Oaxaca, hasta fines de los 60s fue la mujer el eje central alrededor del cual había girado la familia; se encargaba de la educación y cuidado de los hijos; del arreglo de la casa; la conservación de las costumbres y tradiciones.
En esos años la madre, la esposa, dedicaba el tiempo exclusivamente al hogar, preparaba ella misma los alimentos de toda la familia y salía únicamente al mercado y al templo; el padre era el único proveedor que satisfacía todas las necesidades de la familia.
Para bien de todos sigue siendo la mujer, quien más, el eje central de la casa y ahora también del negocio.
Las primeras mujeres emprendedoras que, usando la escala apropiada, vi trabajar en la ciudad de Oaxaca fueron las tortilleras de San Felipe del Agua que “bajaban a Oaxaca” corriendo por la Calzada Porfirio Díaz, con el tenate de tortillas en la espalda amarrado con el rebozo, venían a la plaza del mercado a vender sus tortillas, blandas o clayudas; las que tejían en el telar de cintura en Santo Tomás Jalietza; las que hacían la loza verde de Atzompa y los cántaros de barro negro de Coyotepec; las que bordaban las blusas de San Antonino Castillo Velasco y las que se dedicaban al comercio en los mercados públicos y en tendejones.
El poco dinero que produjo este trabajo sencillo de madres trabajadoras seguramente sirvió para alimentar a sus hijos y darles la oportunidad de que estudiaran.
Por otra parte, cuando hablamos de patria, hablamos del padre, de lo perteneciente al padre o que proviene de él. Es la tierra natal ordenada como nación a la que se pertenece por vínculos afectivos, históricos o jurídicos. Es el lugar, ciudad o país en que se ha nacido.
Y si hablamos del padre se entiende que también debemos hablar de la madre, de la mujer; la que nos otorgó la vida, que nos amamantó, que nutrió nuestro ser y nos legó la fortaleza; al hablar de la madre, hablamos de la matria; es decir, de la mamá.
Y si el padre es la patria, la tierra dónde nacimos; la madre es la matria, la cultura indígena que heredamos, que llevamos dentro de nosotros mismos y que está latente en los genes; es la que ha mantenido viva la cultura de nuestros abuelos indígenas; es el vínculo con nuestro pasado el que nos da fortaleza.
A través del tiempo se reconocen y aprecian más los valores en los que crecimos, porque fueron una parte importante de nuestra formación personal, en la unidad familiar y en la vida pacífica y productiva del Estado.
Son valores, porque son aspiraciones que no declinan, aparecen siempre como imperativos indispensables, casi esenciales de la naturaleza humana.
Para alcanzar una convivencia plural y armónica, basada en valores compartidos por todos, es necesario que todos queramos disfrutarlos, independientemente de nuestra cultura, religión o convicción política.
Actitudes como el esfuerzo y la autorregulación, son requisitos necesarios para crecer en los valores compartidos por la humanidad.
En esta época, son condiciones indispensables para nuestra existencia la amistad, la tolerancia, la solidaridad y la unidad hacía un solo objetivo, entre otras.