Fragmento de un puñado de vida
Abel Santiago
Oaxaca de Juárez, 3 de noviembre . A los pocos meses de haber ingresado al Poder Judicial de la Federación, principios de 1958, el ministro Alfonso Francisco Ramírez me designó su secretario particular. Colaborador él de varios periódicos y revistas nacionales, me recomendó con los directores de esas publicaciones para ir ampliando el número de mis colaboraciones, sin descuidar mis artículos semanarios en los diarios El Imparcial y Oaxaca Gráfico. Asimismo, el propio don Alfonso me pidió que escribiera un prólogo para el primer tomo de su monumental obra Antología del pensamiento político, que en forma de artículos y durante varios años, venía publicando todos los lunes en El Universal. Emocionado, me puse a escribir cuartilla tras cuartilla, consultando sus obras publicadas y los juicios críticos y opiniones que sobre ellas habían escrito conocidos escritores e intelectuales. Sea porque el trabajo resultó más largo de lo que requiere un prólogo, o porque en esos días obtuvo su jubilación y el libro tardaría varios meses en editarse, la propia casa editora de sus libros, Jus, lo publicó en forma de folleto, en julio de 1959, como un homenaje al maestro, al político, al jurista, al poeta y escritor, al probo funcionario público. Entonces creí cosa fácil el triunfo, el éxito editorial, porque mi “obra”, mis conceptos, eran citados por los columnistas que se ocuparon de su retiro voluntario. Muchos de sus viejos colegas, al escribirle, hablaban de la justeza de mi panegírico. Sólo la revista Mujeres me criticó en forma despectiva, porque lo comparé con los grandes poetas, filósofos y escritores universales. Algunos años después me di cuenta de mis errores, pero quedó constancia de mi primera publicación individual, un folleto que lleva el nombre del homenajeado, sin ningún agregado ilustrador.
En 1960, influenciado por los notables sucesos nacionales e internacionales de izquierda, decidí encauzar mis inquietudes rebeldes uniéndome a esos movimientos en forma más efectiva. Acudía a los mítines y manifestaciones, conferencias y círculos de estudios para documentarme mejor. Al integrarse el Comité por la Libertad de los Presos Políticos me afilié a él, atraído por sus principios, por la personalidad de sus directivos y de algunos de sus militantes con los que ya conservaba buena amistad, como don Ermilio Abreu Gómez y don Filomeno Mata Alatorre, así como por el prestigio y trayectoria aguerrida de los encarcelados. Entonces mis artículos periodísticos llevaban ya la opinión del militante, no la del observador imparcial que se supone debe ser la del periodista, por lo que en algunos diarios dejaron de publicarse mis colaboraciones. No obstante insistí, y en poco tiempo desistí de mis argumentos sectarios, iniciando así una nueva etapa en el periodismo.
Mi tiempo libre lo emplee en recorridos por diferentes sectores de la población, principalmente en los medios estudiantiles, que me eran más familiares, frecuentando los combativos actos que se realizaban en la Ciudad Universitaria, los concursos de oratoria y declamación, los festivales juveniles con música y poesía de protesta y las grandes concentraciones estudiantiles de todo tipo, las peñas literarias o simples reuniones amistosas para intercambiar opiniones sobre los múltiples acontecimientos del momento. No me fue posible habitar, pero sí frecuentaba casi a diario la Casa del Estudiante ubicada por el barrio de La Lagunilla, cuya enorme construcción nos parecía el palacio de la juventud. Después, como en familia, nos reuníamos en mi departamento o en la casa donde nos asistían, para improvisar concursos de oratoria y declamación. De este medio, de mis contactos con la juventud en general, y de mi observación de su comportamiento, fui reuniendo el material que me sirvió para escribir y publicar mi primer libro, el ensayo El problema de ser joven, editado por Costa Amic en 1961. No fue difícil convencer al director de la editorial, pero al firmar el contrato correspondiente decía en una de sus primeras cláusulas que la edición era mancomunada, de acuerdo con su sistema de trabajo con los autores desconocidos, o sea que cada parte aportaba el 50 por ciento del costo, comprometiéndonos también cada uno a la distribución y venta de su respectivo porcentaje. Así lo hicimos, pero al presentarme a corregir pruebas me informó que una editorial fantasma de su propia organización figuraría como editor, pues su nombre peligraba ante la ligereza de mis conceptos, sobre todo porque en esa época estaba en auge el presidencialismo y no era permitido criticar a ningún funcionario público. Fue así como en el libro no figura como editor Costa Amic sino Ediciones del Caribe.
Todos los trabajos, desvelos, privaciones y hasta los endeudamientos a largo plazo valen la pena al ver el fruto, los primeros ejemplares de una primera obra. En la portada se reproduce una fotografía que capta la histeria juvenil desatada en el cine de Las Américas, al exhibirse la primera película del rocanrrolero Elvis Presley. Mandé imprimir propaganda con un par de “rebeldes sin causa”, anunciando el libro como la publicidad me aconsejaba: una obra sensacional, única en su género, de polémica, de vigencia permanente a partir de ese momento. Que levantará ámpula se acostumbraba decir. En la página final incluí el extracto de varias cartas que me habían escrito algunas personas como acuse de recibo de mis artículos, entre las que figuran las de Gutierre Tibón, Jorge L. Tamayo, Bernardino Martínez, Javier Castro Mantecón, Anselmo Cortés, Enrique Azuela, Félix Martínez Dolz, fray Esteban Arroyo y otros ilustres personajes más, quienes por algún me ayudaron a mantener mi optimismo juvenil, a reforzar mis proyectos editoriales y a mantenerme en el periodismo, del que hace cuatro años recibí un reconocimiento del Club de Periodistas Primera Plana, como constancia por haber cumplido 60 años de ejercerlo.
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