El chato y la chata
Cuento, texto completo
A: Emiliano y Maura Bolaños Pérez, donde quiera que se encuentren.
La pieza en que dormían era de planta rectangular, con paredes de adobes; techo de un agua, hecho con morillos, carrizo y teja; con soportal frontero; piso de tierra; también servía de cocina, comedor, sala, adoratorio y granero.
Era una madrugada oscura y fría.
La pieza estaba iluminada, en parte, por la lumbre del brasero, donde un tiznado jarro para preparar café chillaba a punto de hervir.
Los niños dormían.
Se abrió la puerta y entró Arnulfo con un cántaro de agua.
— ¡Muchitos! ¡muchitos! ¡muchitos! ¡levántense, ya amaneció!
El niño despertó; la niña giró sobre su costado, encogió las piernitas, y siguió durmiendo.
El niño la movió y le dijo: ¡Despierta, ya amaneció!
Se levantaron, y frente a una mesita con una imagen piadosa se hicieron la señal.
— ¡Días pa, la mano?
Dios les bendiga.
Las jícaras de café fueron servidas. — ¡Muchita!, ¡el tenate de las tortillas!, ¡rapidito que se hace tarde!
— ¡Dios los pague pa!
Arnulfo no contestó. Terminó de preparar el taco, lo metió al morral, se levantó; tomó el machete, el bule con agua y se puso el sombrero. —¡Vámonos!
Cuando salieron, se oyó la primera llamada a misa de cinco.
— ¡Días, Nufo!
— ¡Días, tía Clara! —contestaron los tres.
Llegaron al rancho como a las siete de la mañana.
Arnulfo, empezó a sembrar maíz con la coa de mango recto, y largo.
El cielo tenía un color anaranjado-rojizo, como si reflejara un incendio y hacía friíto.
Arnulfo, recordó que así había amanecido el cielo la última vez que había temblado y siguió trabajando.
Estaba altito el sol cuando llegó el chato.
— ¡Pa, encontré un panal! ¿lo bajo?
— ¡No porque pican!
— ¡Lo bajo! y se fue decidido, y lo bajó.
— ¿No te picaron?
— ¡Nomás como catorce!
—Háblale a la Chata; vamos a echar taco y se van.
Serían como las cuatro y media de la tarde. El cielo estaba aborregado y las nubes taparon el sol; soplaba un viento frío, como si estuviera amaneciendo o fuera a llover. Los pájaros regresaban a sus nidos y a lo lejos se oía el canto de los gallos, aullido de los perros y de los coyotes, el rebuzno de los burros, el mugido de la vacas y el bramido de los toros.
A Arnulfo se le enchinó la piel; sintió que retumbó la tierra y calculó que sus hijos ya estaban en la casa.
Un nuevo retumbo, como si bramara la tierra; como si fuera un trueno, y luego otro, y otro, como si todos fueran uno, hasta llegar al centro de la tierra.
Un sudor frío recorrió su espalda. Se sintió angustiado, impotente y culpable por no estar con sus hijos.
Empezó a temblar… pasó un minuto, y seguía temblando. Dos minutos, ¡sigue!, tres minutos… una eternidad.
Piedras de todos tamaños rodaban cuesta abajo. Árboles viejos eran arrancados de raíz; brotaban manantiales de agua por todos lados y el corazón de Arnulfo latía como si se le fuera a salir.
Empezó a correr rumbo a su casa. El temblor se siguió repitiendo; se oían los retumbos de la tierra.
Llegó a su casa oscureciendo.
Bricia lo esperaba en la puerta del solar.
— ¿Y el Chato?
—Se durmió junto al comal.
— ¿Y la Chata? ¿dónde está?
— ¡Miliano! ¡Miliano! ¿Sentiste el temblor?
— ¡Qué!, ¿tembló? ¿de veras?
— ¡Tu hermana!, ¿dónde está tu hermana?
El niño volteó la cabeza de un lado a otro buscándola con la mirada y al no encontrarla dijo:
—se ha de haber ido a la cama.
Arnulfo corrió a la cama. Ahí estaba la niña durmiendo.
— ¡Chata! ¡Chata! ¡Despierta hija!, ¿sentiste el temblor?
- ¡No!, no lo sentí, soñé que me estaba meciendo en la maca.
Día de Reyes 2015.
Desde Santa María Oaxaca