Oaxaca de Juárez, 23 de diciembre. Muchas veces en esta columna se ha apelado a la razón, se invita al lector a pensar más allá de lo que la mayoría de los medios de comunicación buscan hacer con nosotros. No pocas veces se han escrito en estas líneas que la violencia, la xenofobia y la discriminación son producto de la condición humana y no de una religión determinada.
He de decir que en esta ocasión desconocí personas que creía conocer y me asusta que el miedo nos lleve a tomar actitudes tan defensivas que segreguen y aíslen a seres humanos. El sólo hecho de pensar que tenemos una verdad absoluta y generalizar a determinados credos nos hace promover la violencia. Bien dicen que la violencia genera más violencia al tiempo que nos detenemos a pensar nadie merece ser víctima de discriminación por usar un velo o una kipá.
Sin embargo, hoy en día no sólo somos víctimas del terrorismo, de la violencia y de la delincuencia, somos víctimas del miedo, de los estereotipos de todo aquello que se nos ha impuesto. Triste resulta ver personas que generalizan y estigmatizan a un enemigo sin rostro. Preocupante resulta que estas personas adoctrinen a niños y jóvenes y los eduquen desde el odio.
En el mundo, así como en el país, no podemos darnos el lujo de permitir que personas mal informadas inculquen odio y duda. Como ciudadanos de un mundo ampliamente globalizados tenemos que fomentar el entendimiento, la cultura y la inclusión. De no hacerlo sólo promovemos el crimen y la violencia.
Evitar el odio y la desintegración en nuestras futuras generaciones es obligación de padres y maestros, pero también como padres es importante cuestionarnos lo que dice el maestro, el sacerdote o cualquier autoridad que se ostente como tal y evitar ante todo que nuestros hijos sean peones de su odio y resentimientos, si los llegara a existir.

