Oaxaca de Juárez, 28 de diciembre. Hace un momento, antes de comenzar la misa, estaba platicando con un sacerdote jesuita que estuvo aquí, en la Compañía, entró a saludar y se admiró de mirarlos a ustedes en esta Iglesia Catedral, se regresó de nuevo a decirme la admiración que sentía en su corazón por la presencia de ustedes, no se imaginó ver la Iglesia Catedral así. 
Yo siempre me admiro de que usted esté aquí, participando de la Santa Misa, porque hay que admirarnos de lo que Dios hace, usted está aquí con toda la libertad, sintió la necesidad de venir a encontrase con Dios, la necesidad de celebrar la Eucaristía. Sabe respetar el día del Señor y santificarlo. Al dejar de trabajar este día, al participar en la misa y convivir con su familia. Esas tres cosas debemos hacer el día domingo, no se le olvide y hágalas feliz, agradecido con Dios y que todo esto le alimente espiritualmente y humanamente.
Hoy, la Iglesia celebra la fiesta de la Sagrada Familia, la familia de Jesús, María y José. Esa es la Sagrada Familia y la Sagrada Familia tiene que ser para todos nosotros el modelo de familia. Tenemos que aprender de ellos y tenemos que pedir a María y a José intercesión, por nuestras familias. A ellos les tenemos que decir, ellos que en sus momentos fueron hijos, que nos alcancen la gracia para saber ser hijos. En su momento fueron hermanos, que nos alcancen gracias para ser hermanos. En su momento fueron esposos, que alcance la gracia para los que son esposos. En su momento son padres, que alcance la gracia para los que tienen la maternidad y la paternidad. A ellos hay que buscarlos y hay que pedir su intercesión.
Son nuestro modelo. Qué podemos aprender de ellos, lo primero, lo primero, un grande amor a Dios. Distíngase usted en la vida familiar viviendo el amor a Dios, ame profundamente a Dios, para que pueda cumplir la misión que usted tiene o la misión que usted va a tener. Ame a Dios y, en ese amor a Dios, usted va a ser un hombre o una mujer de profunda fe, de oración, de virtudes. Así sea, una persona de oración, persona de fe, persona de virtudes, sin olvidarnos de que somos pecadores y, en nuestro ser de pecadores, también hay defectos, pero que no nos dominen los defectos, sino que por encima de los defectos que podamos tener, esté el ejercicio de la virtud.
Practique las virtudes domésticas, las virtudes familiares y aprendamos de la familia de Jesús, María y José, Sagrada Familia. La Palabra de Dios hoy fue una palabra muy hermosa en sus dos lecturas primeras, muy hermosa. Ojalá usted cuando la escuchó, haya tomado su parte, así tengo que vivir. Ninguno de nosotros debemos de olvidarnos de los seres que nos dieron la vida, nunca se olvide de ellos. Si todavía viven, no se olvide, de vez en cuando hábleles, de vez en cuando visítelos, encuéntrese con ellos, no los abandone, no los abandone y a mí me da mucho dolor y mucha tristeza mirar a tantos y tantos ancianitos que se desgastaron por sus hijos y, hoy, me digan: me han abandonado, ya no vienen, ya no me visitan. Yo creo que se avergüenzan de mí. Ninguno de nosotros debe de avergonzarse por su padre y su madre, no, si soy lo que soy, es por mi padre y mi madre, porque ellos me dieron la vida, porque ellos me cuidaron desde pequeño, porque ellos se desgastaron por mí y, hasta el día de hoy, siguen haciendo tantas y tantas cosas por mí.
Yo no dudo de que si sus padres viven, los encomienden a Dios. Yo no dudo de que sus padres les bendigan todos los días, de sus labios sale una bendición, bendice a mi hijo, donde quiera que esté, bendícelo, protégelo, defiéndelo de peligros, ayúdalo, ilumínalo, que viva feliz. Todo eso lo dice papá y mamá. ¿No valdrá la pena agradecer? ¿no valdrá la pena dirigir alguna palabrita? ¿no valdrá la pena dejar esparcimiento, paseos y no sé que cuántas cosas? ¿dejar de juntarme con tantos y tantos amigos para ir a alimentar mi corazón de hijo encontrándome con mi padre, con mi madre y alimentar también el corazón de ellos porque el hijo regresará y ellos se sentirán amados, acariciados por sus hijos? ¿no vale la pena?
Hoy, Dios nos ha dicho que si usted es un hijo bueno, no le va a faltar la bendición divina. Gánese la bendición divina siendo usted una bendición para sus padres. Revísese, revísese. A lo mejor me dirá: mi padre y mi madre ya murieron, ¿cómo puedo yo ser un buen hijo el día de hoy? ¿cómo puedo yo hacer lo que no hice durante su vida? Pues pídale a Dios. ¿Cómo son los consejos que le dieron sus padres? Acuérdese. ¿Cómo querían sus padres que usted viviera? Hoy, alégrelos, ellos no están aquí, están allá, con Dios, pero alégrelos viviendo lo que ellos le dijeron que viviera.
En respuesta a esa oración que siguen haciendo sus papás, a esas bendiciones que siguen implorando de parte de Dios en favor de usted, reciba esas bendiciones y camine por el camino correcto, sea un buen hijo, una buena hija y será siempre bendecido y si usted, si usted tiene la paternidad y maternidad, como un llamado divino, como una vocación divina, llene el corazón de su hijo del amor de un padre y de una madre, reciba los consejos que hoy Dios nos ha dado, recíbalos.
Siempre tenga ternura de padre y ternura de madre, aprenda de Dios, Dios Nuestro Padre siempre es un padre lleno de ternura, lleno de amor. Aunque nosotros a veces nos portemos mal, Nuestro Padre Dios no pierde la ternura, no nos deja de amar, nos sigue amando. Siga amando a su hijo y, tal vez, en ese que a veces andan desorientados, es cuando más necesita sentir el amor de mamá y papá. El amor es el que cambia, los azotes no cambian, los castigos no cambian, el amor sí cambia, pero tenga paciencia, tenga paciencia, no desespere y no disminuya en su amor, no maldiga a su hijo, la maldición no va a caer en él, va a caer en usted, porque Dios no escucha las maldiciones, no las escucha. “Que a mi hijo le vaya mal en la vida”, eso no lo escucha Dios y no sea un padre y una madre que cuando viene el hijo le diga: ahí están las consecuencias de tu vida desordenada, ¿eso le dirá Dios? Piénsele, ¿Nuestro Padre Dios nos habla así o nos habla con amor o misericordia?
Ábrale el corazón a su hijo, a su hijo que tal vez desordenadamente vive, pero ábrale su corazón y manifiéstele su amor, así como Dios Nuestro Padre manifiesta su amor, tenga la ternura de padre y de madre y eso no significa ser cómplice, sino abro el corazón para que mi hijo se sienta amado y pueda amarse y pueda re orientar su vida y ser mejor. No desespere, papá, no desespere, mamá, pero, hijos, la Palabra de Dios nos dijo: no hagan sufrir a sus padres, hagan disfrutar a sus padres su ser de padre y su ser de madre, que disfruten la paternidad y la maternidad y me toca a mí, como hijo, hacer que ellos disfruten y que sean felices, por haberme engendrado, por haber colaborado con Dios en la creación de mi persona, por haberme cuidado y protegido durante tantos años en la vida y por seguirme cuidando y protegiendo hasta el día de hoy, en su corazón y en su oración.
No hagan llorar a sus padres, la vida desordenada hace derramar lágrimas. Así no somos hijos, así no. Reencuéntrate contigo, endereza la vida, endereza tus pasos, pídele a Dios que te ayude, porque solito no puedes, pero sí convéncete de que es posible ser distinto con el auxilio divino y pon tu parte, ya no hagas lo que estás haciendo, aléjate de los lugares donde te hunden, donde te arrastras, donde te esclavizas, ya no te presentes a esos lugares, evítalos y evita ser lo que tú sabes que te ha causado tanto daño y, las lágrimas de tus padres, que eran lágrimas de sufrimiento, se llenarán de alegría al verte que tú te has corregido, que tú eres distinto, que ahora sí estás lleno de vida.
Cuidemos nuestra familia y la cuidamos cuidándonos cada uno de nosotros y haciendo lo que nos toca hacer.
Feliz día de la familia, de la sagrada familia que también es la suya. Su familia es sagrada, cuídela. La Iglesia nos dice que nuestras familias son una pequeña iglesia doméstica, siga siendo esa pequeña iglesia doméstica, donde se escucha la Palabra de Dios, se reflexiona la Palabra de Dios y se vive la Palabra de Dios, no se reserve lo que usted puede dar, llene ese corazón. Cuando nosotros tenemos lleno el corazón del amor, no buscamos más, estamos llenos.
Aquí quiero decirles, gracias, porque usted ha llenado mi corazón de Obispo, lo ha llenado. El que venga aquí, a escuchar la Palabra de Dios, a mí me llena, el que manifieste su cariño, su respeto, su amor, a mí me llena. Gracias por llenar el corazón de un Obispo. Gracias. Yo también le amo y le amo mucho y sé que usted es mi familia, porque lo he dejado todo para servir a Dios, y Él me tiene aquí y esta es mi familia y qué alegría me da que mis hermanos estén aquí y que, como familia, alabemos y bendigamos a Dios. Usted sabe amar, me ha amado a mí y no estoy equivocado, usted sabe amar a Dios y no estoy equivocado.
Siga creciendo en el amor y que también en su familia, en su pequeñita familia, disfruten de su amor. A eso tenemos que dedicarnos, a que quienes viven conmigo disfruten de mi amor. En el momento que usted sienta que no están disfrutando de su amor, hay algo que tiene que corregir, analícelo, corríjalo, porque tienen que seguir disfrutando de su amor ahí en su casita.
Que José y María, que María y José intercedan y que así como José cuidó a Jesús y a María, Él también nos cuide a nosotros, porque es Padre de la Iglesia, de nosotros que somos los hijos de Dios. A María, con más razón, digámosle que nos cuide, porque es la Madre de Jesús y la Madre Nuestra, aceptando esa maternidad al pie de la Cruz, pidámosle a ellos que nos sigan cuidando y protegiendo como los hermanos de Su Hijo Jesucristo.
Que así sea.


