Oaxaca de Juárez, 11 de diciembre. Viniendo de México por la carretera Panamericana y subiendo por el Cerro de El Fortín rumbo al Istmo, los vecinos oriundos de El Marquesado, a la primera curva la conocimos como la curva del ojito de agua porque abajo de esa curva, en once hectáreas de tepetate amarillo, al pie del cerro estaba un ojito de agua; siempre lo conocimos así, en diminutivo.
Es en la zona Poniente de la ciudad de Oaxaca y es una pequeña parte del barrio de El Marquesado; hoy es la Colonia Santa María.
El Ojito de Agua fue un hermoso jardín dado en administración para su venta al Lic. Guadalupe F. Martínez, que por su belleza y amplitud y por estar dentro de la ciudad, era usado por los oaxaqueños, clase alta, como centro de reuniones sociales; se entraba por el camino real o camino de arriba que hoy es la Calle Niños Héroes —prolongación de División de Oriente—; la entrada estaba en lo que hoy es el No. 406 de la calle de Niños Héroes, Colonia Santa María donde está el Instituto Muñoz Polo.
En la parte alta del lado izquierdo, es decir: al Poniente, según la entrada, nacía un hermoso manantial, el ojito de agua; una calzada adoquinada llevaba al manantial y a una plazoleta con piso de ladrillo, elevada a un metro del piso y que se extendía bajo la sombra de cuatro laureles de la India; la entrada a la plazoleta era una rampa y había dos barandales, uno de cada lado que tenían, los dos, una especie de púlpito o tribuna; en el noreste y fuera de la plazoleta, había un cuarto de adobe con techo de teja y un sendero hacía la derecha del cerro; en este lugar había mica, que Dn. Carlos Martínez Vigil me contó que eran desechos de la que se había enviado para los parabrisas de los aviones de la 2ª. Guerra Mundial y que su padre había comprado para que jugarán.
Había un primer estanque, con una profundidad de 1.50 metros, que en su parte más honda media 3 metros; ese estanque servía como depósito del agua del manantial; con el derrame del agua se llenaba otro estanque ubicado a unos 40 metros más abajo, que tenía 20 metros de largo por 5 metros de ancho, en el que nadaban los visitantes y que proveía a pequeños depósitos a ras de tierra, de1.60 de largo, 70 cms. de ancho y 1.00 de profundidad que normalmente tenían carolina —lirio acuático— y que se comunicaban a través de un pequeño canal de ladrillo media tabla, que iban bajando paulatinamente y de los cuales se obtenía el agua para regar una pequeña huerta de hortalizas y árboles frutales, había toronjos, naranjos, nísperos, mangos, uno que otro limonero, 12 laureles de la India y una rosaleda.
La rosaleda la formaban 5,000 rosales sembrados en macetas, colocadas sobre dos pretiles de cantera, rematados con ladrillo media tabla, de 40 centímetros de alto que recorrían cada lado de la calzada y que también servían de base a los arcos de alambrón en los que trepaban las enredaderas. Eran rosales modernos; sus rosas eran las mejores, es decir, las más sanas, las más lindas, las más originales; femeninas y masculinas; todas ellas de un hermosísimo diseño; había rosales franceses, ingleses, sarmentosos, arbustivos, híbridos de te, trepadores, silvestres y miniatura.
La entrada tenía un portón de madera de una sola hoja pintada de verde olivo con barrotes en la parte superior que abría a la izquierda y, a la derecha, había una casa de adobe. Junto a la casa había corrales con gallinas; 2 ó 3 puercos de engorda y en algunas ocasiones caballos que el Lic. Guadalupe F. Martínez traía de Sola de Vega.
El Ojito de Agua era cuidado por don Camilo que regaba las plantas con un cántaro de lámina; se amarraba una reata a la cintura y de ella pendía el cántaro; lo sumergía en el agua y ya lleno, lo sacaba; lo tomaba en su costado derecho y regaba poniéndole la mano izquierda en la boca del cántaro para esparcir el agua; usaba calzones de manta, que cuando regaba se enrollaba hasta arriba de los muslos; sus piernas eran morenas y secas; trabajaba descalzo; cuando no estaba regando cargaba machete y una escopeta de chispa; lo vi rasurarse la barba con el machete; de vez en cuando disparaba su escopeta al aire para ahuyentar a los muchachos que entraban a robarse la fruta; esperaban a que disparara y mientras cargaba otra vez, robaban la fruta y corrían, don Camilo cobraba veinte centavos por dejarte nadar.
Hasta los años de 1958, 1959 y 1960, los estudiantes de la naciente Universidad “Benito Juárez” de Oaxaca y ex alumnos del Instituto de Ciencias y Artes del Estado de Oaxaca, el 23 de mayo, día del estudiante, asistían a disfrutar de una sabrosa barbacoa acompañada de las travesuras y locuras propias de la juventud de aquellos tiempos.
castilan.gerardo.castellanos@


